Daniel Ceán-Bermúdez
@daniel_cean

En mi todavía muy modesta colección de libros sobre atletismo hay un volumen cuyo grandilocuente título contrasta con su pequeño tamaño y su modesta edición. Es ‘The 100 Greatest Track & Field Battles of the 20th Century’. En sus poco más de un centenar de páginas, el periodista estadounidense Jeff Hollobaugh recopila las que, en su opinión, fueron las cien mejores ‘batallas’ del atletismo a lo largo del siglo XX. Lo de utilizar el término ‘batallas’ lo explica muy bien en la introducción. En su selección se ha decantado por pruebas en las que destacó más la lucha por la victoria y la incertidumbre del resultado que las marcas realizadas, aunque las haya en las que se den todas esas circunstancias simultáneamente.

Como cualquier lista de este tipo, es eminentemente subjetiva. Al fin y al cabo no hay nada más inútil que intentar comparar con objetividad deportistas y competiciones de diferentes épocas, sea en el deporte que sea. No digamos si además participan en distintas disciplinas, tal y como ocurre en el atletismo. Para empezar, porque casi nada tienen que ver los concursos con las carreras. Y entre los primeros, la distinción entre saltos y lanzamientos es aún más acusada que la gran diversidad de las segundas, donde es imposible valorar con los mismos parámetros los fugaces sprints de las cortas pruebas de velocidad y los muy variados factores tácticos y estratégicos que influyen en las de medio fondo y fondo.

En todo caso, de todas ellas hay en el libro. Y resulta interesante ir avanzando, página a página, para ir descubriendo cuales son las que Hollobaugh ha escogido. Las va resumiendo, una a una, con una breve descripción seguida de la clasificación final de cada prueba. Y lo hace en orden decreciente, como suele ser habitual en trabajos de este estilo, empezando por la que sitúa en el número 100. Una carrera que cumple a la perfección con todas las características que definen una gran ‘batalla atlética’: lucha igualada hasta el final y magnífico registro para el ganador como resultado de la pelea. Es el cerrado duelo por el triunfo entre Hannes Kolehmainen y Jean Bouin en el 5000 olímpico de Estocolmo.

Cien páginas después, ya que cada competición ocupa solamente una, dejándote con ganas de un análisis más profundo en muchas de ellas, llegas a la considerada por el autor como la número 1. Y aunque, evidentemente, su elección pueda resultar discutible, más que nada porque en este tipo de temas todos tenemos nuestras preferencias, es indudable que la escogida cumple también con esas condiciones que el periodista toma como punto de partida. Además, les añade un factor extra que, más allá de la nacionalidad del ganador, lo que también pueda influir por aquello de ser la misma que la del escritor de la obra, me parece que acaba siendo el más significativo para poner esa carrera, y no otra, en la primera posición de tan selecta lista de cien eventos atléticos dignos de recordar. Se trata de la enorme sorpresa que supuso el resultado. Porque pocas cosas hay que nos llamen más la atención a los aficionados al deporte que el triunfo de quien nadie espera. La victoria de eso que los anglosajones llaman el ‘underdog’. Un deportista con el que nadie cuenta en los pronósticos y que, sin embargo, acaba siendo el que logra imponerse por delante de todos los favoritos. Si, además, procede de orígenes humildes, ha tenido que superar importantes barreras sociales para triunfar, y el éxito lo consigue en un cerrado duelo, que no se resuelve hasta el último momento, y cuyo desenlace es de lo más dramático, en el significado puramente teatral del término, se entiende perfectamente que el 10000 de los Juegos Olímpicos de Tokio, en 1964, sea la ‘batalla’ que Hollobaugh sitúa en lo más alto de la lista de sus cien preferidas.

Portada del libro ‘The 100 Greatest Track & Field Battles of the 20th Century’

Una carrera ‘grande’ ya antes de empezar, tanto por la distancia, la mayor de las que se disputan en pista, como por el número de participantes. Nada menos que treinta y ocho corredores se dieron cita en aquel lluvioso 14 de octubre de 1964 para completar las 25 vueltas al mojado óvalo de ceniza del estadio olímpico de la capital japonesa. Entre ellos destacaba, por encima de todos, y no solo por su elevada estatura, el australiano Ron Clarke. A finales del año anterior había establecido el nuevo record mundial, completando los 10 kilómetros en 28:15.6, casi tres segundos por debajo de la anterior plusmarca. Su poseedor, el soviético Pyotr Bolotnikov, también era de la partida aunque, a sus 34 años, el vigente campeón olímpico del 10000 ya estaba emprendiendo la inevitable cuesta descendente de una brillante carrera deportiva. Otro campeón olímpico por encima de la treintena tomaba parte también en la prueba, era el neocelandés Murray Halberg, ganador de la medalla de oro en el 5000 de los Juegos de Roma.

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Ron Clarke era el recordman mundial de 10000 y partía como favorito en Tokio

Los tres debían considerarse los máximos favoritos para las medallas, aunque entre los casi cuarenta competidores cerca de la mitad tenían marcas por debajo de los 29 minutos, lo que auguraba una prueba muy abierta, sobre todo si el ritmo no era demasiado alto. Algo, por otra parte, habitual en una final olímpica de una prueba de fondo, donde importa más el puesto que el tiempo y las carreras suelen resultar eminentemente tácticas. Pero el campeón cuatro años antes en Roma, Bolotnikov, quería morir matando. Sabía que no estaba en las mejores condiciones pero, aún así, encendía la mecha de una carrera rápida con una primera vuelta en 64 segundos que estiraba rápidamente el numeroso pelotón. El arreón inicial era perfecto para los intereses del hombre con mejor crono de todos ellos, Clarke, que marcaba la pauta en los siguientes giros.

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Bolotnikov, a la derecha en la imagen tras lograr la medalla de oro del 10000 en los Juegos Olímpicos de Roma

A un ritmo en torno al 2.45 por kilómetro, casi siempre con el australiano al mando, se iban desgajando unidades hasta dejar reducido el grupo de cabeza a solo cinco atletas. Junto a Clarke estaban el japonés Tsuburaya, el etíope Wolde, el tunecino Gammoudi y el estadounidense Mills. De los tres teóricos favoritos al inicio de la carrera sólo uno seguía en la pelea por la victoria y las medallas. Junto a él iban cuatro ‘outsiders’. El quinteto pasaba el cinco a mil en poco más de catorce minutos, con el americano en cabeza. Un atleta que ni siquiera era el número uno en el equipo de su país, posición ocupada por el joven prodigio Gerry Lindgren, ganador de los trials con 18 años de edad y todo un diamante en bruto. Sin embargo, aunque el menudo corredor de Spokane había asomado al frente del grupo al inicio de la prueba, pronto había tenido que ceder. Una torcedura de tobillo en los días previos a la competición le empezaba a pasar factura y acabaría teniendo que conformarse con terminar en la novena posición.

El joven Gerry Lindgren era la gran esperanza del equipo de Estados Unidos en el 10000 de Tokio

Mills, por su parte, había sido segundo en las exigentes pruebas de selección de su país, y no contaba en absoluto en los pronósticos. Al fin y al cabo, aunque en su época de universitario en Kansas destacó especialmente en las pruebas de campo a través, el ahora teniente de los Marines apenas si tenía en el 10000 en pista un crono en la frontera de los 29 minutos. Así que era toda una sorpresa, incluso para él mismo, verse en la primera posición a mitad de una carrera que se estaba disputando prácticamente a ritmo de record mundial.

Pero Billy estaba acostumbrado a sufrir, y no solo en las competiciones atléticas. De raza Sioux por parte de madre y nacido a finales de junio de 1938 en la reserva de Pine Ridge, uno de los lugares más remotos y pobres de Dakota del Sur, su vida no había sido precisamente fácil. Huérfano a temprana edad, se fue abriendo camino poco a poco pese a tener que vencer un doble handicap. Por un lado estaban las reticencias de los miembros de su tribu, muchos de los cuales o bien no lo consideraban uno de ellos, por ser mestizo, o simplemente no veían con buenos ojos que abandonara sus raíces para perseguir el sueño olímpico en el mundo de los ‘hombres blancos’. Y del otro los prejuicios de un buen número de estos últimos ante un ‘piel roja’ que osaba salir de sus limitados confines para mezclarse con ellos y tratar de batirles.

Así que, animado por esa fuerza interior que le había hecho llegar hasta Tokio superando todas las dificultades, Mills resistía cuando la carrera entraba en su fase decisiva, con Clarke endureciendo el ritmo a base de lanzar fuertes hachazos cada una o dos vueltas. Una táctica que, para decepción del público local, descolgaba al japonés Tsuburaya y dejaba en cuarteto el cada vez más reducido grupo cabecero. Por momentos llegaba a ser incluso un terceto, cuando Mills perdía contacto durante unos metros. Pero el estadounidense aprovechaba uno de los giros en los que Clarke aflojaba un poco para volver a unirse al australiano, el etíope y el tunecino.

Tsuburaya no pudo lograr medalla en el 10000, unos días después sería bronce en la prueba de maratón, resultado decpecionante para sus aspiraciones. Cuatro años después, lesionado antes de los Juegos de México, prefirió poner fin a su vida antes que sufrir otra derrota olímpica

Al noveno kilómetro se llegaba con el poker de aspirantes todavía juntos, después de cuatro kilómetros comandados por Clarke en los que cada mil se acababa pasando exactamente a 2.55 para entrar en el último con un registro de 25:42.8. Entonces, mientras caía la noche sobre Tokio y se iban encendiendo las luces del estadio, se apagaban las opciones a medalla de Wolde, que cedía terreno y ya no podría ser más que cuarto. Tendría que espera cuatro años para subir al podio olímpico, lo que haría, además, en dos ocasiones en los siguientes Juegos, los de México, donde sería segundo en el 10000 y sucedería a su legendario compatriota, Abebe Bikila, como campeón en la maratón.

Cuando se alcanzaba el toque de campana que anunciaba la última vuelta, sólo quedaban en cabeza Clarke, Mills y Gammoudi. Con los tres superando constantemente a atletas rezagados, Mills era el primero en lanzarse al ataque, seguido de Clarke, y trataba de aprovechar el momento en el que los dos se aprestaban a superar a un joven atleta de Kenia cuyo momento de gloria también llegarían cuatro años después, Naftali Temu. El futuro campeón olímpico de la distancia veía como el estadounidense y el australiano le rebasaban por el exterior, literalmente codo con codo. De hecho, Clarke llegaba a empujar a Mills para no verse bloqueado tras Temu, saliendo el americano despedido casi hasta la calle 3. Momento que aprovechaba Gammoudi para, también literalmente, abrirse paso, usando los brazos para ensanchar el hueco entre Clarke y Mills de modo que lograba colarse entre los dos y situarse en primera posición al inicio de la contrarrecta.

Gammoudi en el momento en que aparta a Mills para situarse en cabeza

El africano cogía algo de ventaja, pero en la última curva reaccionaba Clark y recortaba diferencias mientras los tres primeros seguían alcanzando atletas más lentos, a los que superaban como si estuvieran parados pero que, de todas formas, les complicaban la tarea al tener que ir abriéndose para esquivarlos. Justo cuando entraban en la recta final se encontraban con un compacto grupo de cinco mientras Clarke ya estaba poniéndose casi a la altura de Gammoudi. Los dos se colaban por el medio de los rezagados, corriendo por la calle 3. Y entonces, mientras el australiano cedía y veía escaparse el oro, al no poder adelantar al tunecino, surgía Mills desde atrás cuando ya nadie lo esperaba. Avanzando con poderosas zancadas por la calle 4, el norteamericano rebasaba en un extraordinario último esfuerzo a Clarke y Gammoudi para cruzar la meta en primera posición, brazos en alto. Mientras lo lograba, en todos los hogares estadounidenses resonaban las voces del normalmente tranquilo analista atlético de la NBC, Dick Bank, cuyos gritos de ‘¡mira a Mills! ¡mira a Mills!’ ahogaban el más sosegado relato del comentarista Bud Palmer… y le acabarían costando el despido por saltarse las rígidas normas de estilo de la cadena.

Imágenes de la retransmisión del 10000 de Tokio 1964 en la NBC

De todas formas, el entusiasmo de Bank estaba más que justificado ante tan extraordinario final. La gran sorpresa se había consumado, el poco menos que desconocido Mills era campeón olímpico. Además, el modo en que había conseguido la victoria, su origen indio y sus circunstancias personales convertían la historia en toda una leyenda. Era material ‘cien por cien Holywood’. Dos décadas después, al cumplirse el veinte aniversario de su fantástica victoria, la carrera del 10000 en Tokio era recreada como secuencia culminante de una película sobre el humilde Sioux que había llegado a campeón olímpico. Su título original, ‘Running Brave’, se tradujo malamente en España por ‘el corredor valiente’, aunque el ‘bravo’ del inglés se refería, obviamente, al origen indio del protagonista.

Carteles de 'Running Brave', la película sobre Billy Mills y su victoria en Tokio

La cinta empieza con un joven Mills ganando un cross de instituto en el condado de Custer, toda una ironía siendo el ganador un descendiente de los Sioux Lakota, una de las tribus que masacraron al arrogante general de cabello rubio junto con su séptimo de caballería. Y aunque por momentos resulta un tanto tópica, con las discrepancias atleta-entrenador y los problemas de integración de Billy cuando se traslada a la Universidad de Kansas, no deja de ser una descripción bastante fiel de los obstáculos que el tímido muchacho tuvo que superar para acabar ganando esa carrera cuyo final, si no has visto antes las imágenes de la prueba real, puede parecer demasiado ‘hollywoodiense’, con esos empujones y ese ‘sprint’ poco menos que imposible. Pero, por una vez, los guionistas no necesitaron cargar en exceso la mano. La realidad les proporcionó una auténtica batalla sobre la húmeda ceniza de la pista de Tokio. Qué haya sido la mayor del atletismo en todo el siglo XX, como considera Hollobaugh en su libro, se podrá rebatir. Pero lo que resulta indudable es que fue espectacular y triunfó quien menos se esperaba aunque, bien mirado, era el más apropiado para imponerse en tal combate: un auténtico guerrero.

Imágenes de la secuencia del 10000 de Tokio en la película ‘Running Brave’.

Además, otro factor para valorar una carrera es el nivel de los participantes. Y, visto el listado de competidores con la perspectiva que da el tiempo, en aquel 10000 de Tokio el plantel fue extraordinario. Tomaron la salida nada menos que seis atletas que, antes o después, fueron campeones olímpicos (Bolotnikov, Oro en el 10000 de Roma 60 – Halberg, oro en el 5000 de Roma 60 – Mills, oro en el 10000 de Tokio 64 – Wolde, oro en el maratón de México 68 – Gammoudi, oro en el 5000 de México 68 y Temu, oro en el 10000 de México 68), así como otros dos que nunca lo lograron pero si pusieron su nombre durante en tiempo en las listas de records mundiales (Clarke y el británico Ron Hill). Así que no hay duda de que aquella carrera acumuló motivos más que de sobra para dedicarle la portada de un libro y las escenas culminantes de una película.

MÁS INFORMACIÓN:

Incredible Moment As Underdog Billy Mills Wins 10,000m Gold - Tokyo 1964 Olympics - Vídeo oficial con el resumen del 10000 de Tokio 1964.

Mills v Clarke v Gammoudi - Great Races #16 - 10,000, Tokyo Olympic Games, 1964 - Artículo sobre el 10000 de Tokio 1964 en la web de historia del atletismo 'Racing Past'

TV COLUMN: Bank's call made Mills' upset even more memorableArtículo en el San Diego Tribune sobre la retransmisión del 10000 d etokio 1964 en la NBC

Running BravePelícula sobre Billy Mills y su victoria en el 10000 de Tokio 1964

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