Daniel Ceán-Bermúdez
@daniel_cean

Los primeros Juegos Olímpicos del siglo XX fueron apenas más que una curiosidad dentro del amplio programa de la exposición universal del año 1900 en París. De los pocos que realmente se lo tomaron en serio, los que más tal vez fueran los estadounidenses. El estreno olímpico de cuatro años antes, en Atenas, había tenido notable eco en la prensa norteamericana. Y cuando llegó el turno de enviar deportistas a la siguiente cita del entonces naciente movimiento olímpico, competir en París se convirtió en una apetecible meta para muchos jóvenes universitarios. Al fin y al cabo, sólo el hecho de ir a la capital gala ya iba a ser toda una aventura que implicaba un largo viaje en barco, atravesando el Atlántico, y una estancia en una de las ciudades más famosas de la lejana Europa que, de otra forma, quien sabe si muchos de ellos tendrían nunca ocasión de visitar.

Por ello no es de extrañar que, pese a la distancia, la delegación de Estados Unidos fuese una de las más numerosas en aquellos Juegos, con más de setenta atletas. Aunque, en realidad, hablar de ‘delegación’ como tal sea del todo inexacto. Al fin y al cabo, por aquel entonces aún no existían los comités olímpicos nacionales y los representantes de cada país competían a título individual. En el caso de los estadounidenses, casi se puede decir que participaban encuadrados en los equipos de sus respectivas universidades. Y la rivalidad con sus compatriotas de otras formaciones académicas era, probablemente, mucho más acusada que el componente patriótico de ganar para la bandera de las barras y estrellas ante los competidores de otras nacionalidades.

Grupo de atletas de Estados Unidos en los Juegos de París 1900.

Una de las universidades que envió deportistas a París fue la de Pensilvania. Su entrenador, Mike Murphy, tenía un notable prestigio en todo el país, así que además de encargarse de sus muchachos había sido designado también como preparador de todos los estadounidenses que iban a participar en las pruebas de atletismo. Pese a ser un hombre de baja estatura y algo sordo, Murphy tenía un extraordinario carisma y era, además, todo un estudioso del deporte y un notable innovador. Suya fue la idea de que los velocistas iniciasen las carreras agachados para conseguir un mayor impulso en el momento de la salida. Y, probablemente también tuvo que ver en otra importante novedad que introdujo en el deporte uno de sus pupilos, Alvin Kraenzlein, un chico de Milwaukee, hijo de emigrantes alemanes, a quien Murphy atrajo a la universidad de Pensilvania y que antes de ir a París ya era uno de los atletas más conocidos en el mundillo atlético americano.

Mike Murphy, entrenador de los atletas estadounidenses en París 1900.

Kraenzlein fue el primero en popularizar lo que en el argot se denomina ‘pasar’ las vallas, en lugar de saltarlas (según el significado más literal del término) que era lo que se hacía hasta entonces. Lo normal era llegar corriendo al obstáculo, reducir la velocidad hasta casi pararse, para ‘brincar’ sobre la valla, y luego reanudar la carrera tras ‘aterrizar’ al otro lado. Algo así como lo que aún hoy en día hacen algunos atletas africanos en la prueba de los 3000 metros obstáculos. Evidentemente, de ese modo se perdía tiempo y ritmo. Para evitarlo, al joven de Mineápolis se le ocurrió poner en práctica una técnica ideada años antes por un atleta británico, Arthur Croome, que no había acabado se cuajar. Consistía en ‘atacar’ la valla en carrera, extendiendo una pierna para superarla mientras se encogía la otra. De ese modo, una vez bien coordinado el movimiento para realizarlo justo cuando se completaba la última zancada de aproximación al obstáculo, apenas se disminuía la velocidad y se lograba una notable ganancia de tiempo.

Kraenzlein posando en la posición de salida ideada por su entrenador, Mike Murphy.

Saltando, o mejor dicho, ‘pasando’ así las vallas, Kraenzlein había ganado numerosas competiciones en Estados Unidos, además de establecer los records mundiales en las distancias anglosajonas de las 120 y las 220 yardas. Además, el espigado atleta de poblada cabellera rubia, peinada con la raya al medio de moda en aquellos tiempos, destacaba también en las competiciones de sprint y de saltos, con un buen número de victorias y títulos universitarios y nacionales en las prueba de las 60 yardas, el salto de longitud y el de altura.

Kraenzlein popularizó el sistema de atacar las vallas con una pierna extendida

En París, el completo atleta de la universidad de Pensilvania estaba decidido a demostrar su verstailidad y se apuntaba para participar en las competiciones de 60 metros lisos, 110 y 200 metros vallas, y salto de longitud. Cuatro pruebas que se iban a disputar en tres días, ya que el atletismo era la única especialidad que, dentro del caótico programa de las competiciones deportivas, que se repartía a lo largo de los varios meses de la exposición universal, tenía un calendario más concentrado.

Pero aún siendo el programa más razonable, tampoco el del atletismo acababa estando exento de problemas. Inicialmente estaba previsto que las pruebas atléticas arrancaran el domingo 15 de julio. Pero la numerosa participación estadounidense, formada en buena parte por representantes de universidades católicas, presionó para evitar que hubiese que competir en el sagrado día de descanso del domingo. A regañadientes, los franceses aceptaron adelantar el inicio de las competiciones al día anterior, el sábado 14 de julio, la jornada de la fiesta nacional francesa. Y, claro, en fecha tan señalada a los parisinos les atrajeron mucho más los fastos de la conmemoración de la toma de la Bastilla que acercarse a la pista de atletismo que se había preparado en una explanada de hierba del bosque de Bolonia, entonces bastante en las afueras de la ciudad.

De ese modo, en el primer día del atletismo en los Juegos del año 1900, cuentan las crónicas de la época que apenas si había unos mil espectadores viendo las evoluciones de los competidores. Y en su mayor parte, unos y otros, espectadores y deportistas, eran estadounidenses, lo que convirtió el ‘estadio olímpico’ en poco menos que una pista universitaria, con el colorido de la informal ropa de las fraternidades y los típicos gritos de ánimo de cada una de ellas resultando de lo más chocantes para los pocos franceses presentes, nada acostumbrados a aquellos atuendos y comportamientos tan alejados de su estilo más elegante y sobrio.

Kraenzlein logró en los 110 metros vallas su primera victoria en París

Ese primer día se disputaba la competición de los 110 metros vallas, cuyo recorrido era recto pero un tanto bacheado dado lo irregular del terreno sobre el que se situaba la recta del improvisado estadio. De todas formas, ese era un inconveniente que afectaría por igual a todos los participantes. Lo que si producía una competición desigual era la un tanto caótica salida. Parece ser que el juez local no estaba muy familiarizado con el funcionamiento de la pistola para indicar el momento de la arrancada. Entre que disparaba o no la carrera se iniciaba y el gran favorito, Kraenzlein, era de los que más tardaban en ponerse en acción. Cuando comenzaba a correr, su compatriota John McLean, de Michigan, ya le llevaba casi cinco metros de ventaja, un margen enorme en una prueba tan corta. Aún así, recuperando terreno con rapidez gracias a su novedosa técnica para el paso de las vallas, Kraenzlein alcanzó a su rival en la octava de las diez que jalonaban el recorrido. Y de ahí a meta lo dejó atrás para ganar con un tiempo de 15.4 segundos.

El sábado tenían lugar también las pruebas de clasificación del salto de longitud. Y ahí Kraenzlein no era el máximo favorito. O, al menos, tenía un rival de su nivel o incluso mejor. Se trataba de su compatriota Meyer Prinstein, estudiante de la universidad de Siracusa. En los tres años anteriores a su duelo en París, se habían enfrentado en multitud de ocasiones. Unas veces ganaba Kreinzlein, imponiendo su mayor velocidad de carrera antes de la batida. En otras se imponía Prinstein, gracias al mayor impulso que conseguía elevarle a más altura y con una técnica de vuelo más depurada que la de su rival. Empujándose uno al otro, entre los dos habían establecido seis de las últimas siete plusmarcas mundiales, arrebatándosela cada poco meses. Al llegar a París, el record del mundo estaba en poder de Prinstein con un salto de siete metros y cincuenta y un centímetros.

Meyer Prinstein, recordman mundial de salto de longitud en 1900

Y precisamente era el de la universidad de Siracusa el único que superaba los siete metros en la prueba de clasificación, colocándose en primera posición con un mejor intento de 7.17 que dejaba bastante atrás al representante de Pensilvania, segundo con 6.93. Prinstein se las prometía muy felices... hasta que se enteraba de que la final, inicialmente prevista para el lunes, se había adelantado al domingo, afectada por el cambio de programa solicitado por los americanos. Estos volvían a quejarse, pero los organizadores franceses no estaban por la labor de hacer más modificaciones al calendario. En una reunión entre los atletas de Estados Unidos la mayoría abogaba por no competir para cumplir con el descanso dominical. Pero no todos estaban de acuerdo y alguno se presentaba el domingo para tomar parte en las pruebas. Entre ellos estaba Kraenzlein, que participaba en la final de longitud en ausencia Prinstein y lograba un salto de 7.18, un centímetro mejor que el conseguido por su rival el día anterior y que era válido también para el resultado. De ese modo, le arrebataba la primera plaza a su ausente compañero.

Un triunfo que precedía a otro conseguido el domingo y también por escaso margen. Tras ganar en las series previas con cierta holgura, Kraenzlein se imponía en la final de los 60 metros lisos a su compañero de equipo en la universidad de Pensilvania, John Tewksbury. La carrera se convertía en un cerrado duelo entre ambos, que se resolvía con Alvin cruzando la meta en siete segundos justos y apenas unos centímetros por delante de John.

John Tewksbury y Alvin Kraenzlein con el uniforme de la universidad de Pensilvania

Mientras tanto, a Prinstein le llegaban noticias de lo ocurrido en la competición de longitud. El de Siracusa no se lo tomaba nada bien y al día siguiente se presentaba en la pista dispuesto a decirle cuatro cosas a Kraenzlein. Al respecto de lo ocurrido hay diferentes versiones. Desde las que dicen que Prinstein le propuso a Kraenzlein organizar un desempate, a lo que este se negó, provocando una airada reacción del primero, a las que hablan directamente de un violento altercado entre ambos en cuanto se encontraron cara a cara. Sea como fuere, y llegaran o no a las manos, es evidente que Prinstein no aceptó de buen grado el modo de proceder de su acérrimo rival pero se tuvo que quedar con la doble decepción de sentirse engañado y terminar siendo derrotado. Al menos tuvo el consuelo de ganar en la prueba de triple salto, que no estaba prevista en el programa y se añadió a posteriori, quien sabe si para tranquilizar un poco los ánimos después del polémico desenlace de la competición de longitud.

Ese mismo lunes, tras salir airoso del poco agradable encuentro con Prinstein, Alvin Kraenzlein completó su extraordinaria actuación en París con la que sería su cuarta victoria en tres días. Se produjo en la prueba de los 200 metros vallas y resultó mucho más fácil que las tres anteriores, en las que, por una u otra causa, acabó imponiéndose por poco. De hecho, se puede decir que su mayor rival fue el intenso calor de aquella jornada de verano en París y el mal estado del terreno, cada vez más machacado después de tres días de competición. En todo caso, nada que le impidiese triunfar con cierta comodidad. Esta vez no tuvo problemas en la salida, y aunque en una distancia más larga su estilo del paso de las vallas no resultaba tan decisivo, seguía dándole una importante ventaja. Ganando tiempo en cada obstáculo, el atleta de la universidad de Pensilvania se impuso con un crono de 25.4, un par de segundos peor que su registro personal en la prueba pero más que suficiente para conseguir su cuarto título de campeón olímpico. Títulos que no estuvieron acompañados de las medallas de oro que estamos acostumbrados a asociar a tales logros. En aquellos extraños Juegos de París los ganadores recibían como premio objetos de arte de distintos tipos, desde jarrones hasta cuadros o esculturas. Así que Alvin Kraenzlein retornó a Estados Unidos con una buena colección de regalos más o menos artísticos y valiosos... pero ninguna medalla de oro.

Kraenzlein en la prueba de 200 metros vallas, su cuarta victoria en París 1900

Un detalle que no se tiene en cuenta en las estadísticas históricas del olimpismo, en las que el atleta estadounidense figura como ganador de cuatro oros, aunque sea de forma simbólica. Una hazaña, cuatro victorias individuales en pruebas olímpicas de atletismo, que nadie ha podido igualar en los más de ciento diez años transcurridos desde entonces. Ni siquiera Paavo Nurmi, vencedor de cinco oros en la siguiente visita de los Juegos a París, en 1924, logró tantos triunfos individuales, en su caso fueron tres. Y otros dos mitos del atletismo, Jesse Owens y Carl Lewis, consiguieron cuatro oros en unos mismos Juegos, pero ‘sólo’ tres en pruebas individuales. Así que, aunque nada más sea haciendo caso a las frías, y muchas veces engañosas cifras, habrá quien pueda decir que Alvin Kraenzlein sigue siendo, a día de hoy, el mejor atleta olímpico de la historia. Y aunque eso pueda ser excesivo, lo que resulta indudable es que nadie más que él ha conseguido ganar tantas competiciones individuales de atletismo en una misma edición de la gran fiesta del deporte mundial.

MÁS INFORMACIÓN:

PAST OLYMPICS ATHLETES >> ALVIN KRAENZLEIN - artículo sobre Kreinzlein en la web de la ESPN.

THE 1900 OLYMPIC GAMES: RESULTS FOR ALL COMPETITORS IN ALL EVENTS - libro sobre los Juegos Olímpicos de París 1900

GOING FOR WISCONSIN GOLD: STORIES OF OUR STATE OLYMPIANS - libro sobre los olímpicos del estado de Wisconsin con un capítulo dedicado a Alvin Kraenzlein

GRANDES MOMENTOS DE LOS JUEGOS OLÍMPICOS: PARÍS 1900 - artículo de Joan Pelayo sobre Alvin Kraenzlein publicado en la revista ‘Perarnau’ el 24 febrero del 2016

ALVIN KRAENZLEIN, MÁS HAZAÑAS QUE MEDALLAS - artículo de Luis Gómez sobre Alvin Kraenzlein publicado en julio del 1984 en el diario ‘El País’

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