Daniel Ceán-Bermúdez
@daniel_cean

El atletismo al aire libre es un deporte eminentemente veraniego, aunque también se pueda disputar en otras épocas del año. Sin embargo hay una especialidad atlética, y de las más antiguas, las carreras de campo a través, cuya estación más habitual es el invierno. En el viejo ‘cross country’ las inclemencias meteorológicas de los meses invernales son un ingrediente más. Cuanto más frío haga, más llueva y más embarrado esté el terreno, más ‘clásica’ nos parece una carrera de campo a través. Poco menos que nos quejamos si se celebra en día de sol y sobre un terreno en buenas condiciones. En lo que respecta a esto último, hasta el propio presidente de la IAAF, el ilustre exatleta Sebastien Coe, ha manifestado recientemente su intención de devolver al ‘cross’ a sus orígenes, con trazados de mayor dureza en los que se incluyan desniveles, obstáculos y piso más irregular, lo que aumentaría la dificultad de la competición independientemente de cuales sean las condiciones meteorológicas.

Pero en ocasiones bastan estas últimas para convertir en extremadamente dura una prueba de campo a través, sea su escenario el que sea. Un buen ejemplo lo tuvimos en el reciente Campeonato de España por autonomías, celebrado en Mérida el 11 de marzo del 2018. Una carrera que acabó siendo un auténtico cross a la antigua, con frío, viento, lluvia y barro, mucho barro. Una prueba durísima pese a que el recorrido, en el interior de las ruinas del antiguo circo romano, fuese plano y sin obstáculos de ningún tipo… más allá de los que acabaron produciendo los intensos aguaceros que lo convirtieron en un lodazal, sobre el que mantenerse en pie ya requería fuerza y habilidad. No digamos si, además, se trataba de correr lo más deprisa posible.

Las muy invernales condiciones clmatológicas conviertieron el campeonato de España de Campo a través por autonomías en una prueba de enorme dureza

Algo así, corregido y aumentando por los muy diferentes medios técnicos y métodos de preparación de entonces, y provocado por unas condiciones climáticas totalmente opuestas a las vividas en la cita extremeña del nacional del 2018, pasó la última vez que la especialidad de campo a través fue deporte olímpico, en los Juegos celebrados el año 1924 en París. De hecho, lo sucedido en aquella competición decretó la eliminación del cross del programa de las olimpiadas de verano, a las que no ha vuelto desde entonces pese a que en varias ocasiones se ha hablado de su posible retorno. Hasta se ha llegado a especular con la posibilidad de que el atletismo campo a través se dispute en los Juegos de Invierno, por ser esos los meses en los que se suelen celebrar sus competiciones, en lugar de volver a incluirlo, tal y como se hizo a principios de siglo pasado en tres ocasiones, como una especialidad más del deporte rey de los Juegos Olímpicos de verano.

El estreno olímpico del cross tuvo lugar en los Juegos del 1912 en Estocolmo, dónde se impuso el primero en la extraordinaria estirpe de los finlandeses voladores, Hannes Kolehmainen, aunque lo tuviese que hacer, muy a su pesar, representando a Rusia, que por aquel entonces controlaba a su país. Tras la obligada pausa de la primera guerra mundial, hubo también prueba de campo a través en los Juegos del 1920 en Amberes, y ahí el triunfador fue el que acabaría siendo más grande de entre todos los muy grandes atletas de Finlandia, un entonces joven Paavo Nurmi, que logró en el cross, a sus apenas 23 años de edad, la que ya era su tercera medalla olímpica, segunda de oro.

Cuatro años más tarde, en París, Nurmi volvía a ser favorito, aunque tenía un fuerte rival en casa, su compatriota Ville Ritola. Antes de que llegara la fecha de la carrera de cross, cada uno de ellos ya habían ganado dos medallas de oro en lo que iba de Juegos. Su extraordinaria demostración de superioridad en las pruebas de fondo, celebradas en la pista del estadio de Colombes, había empezado con el rotundo triunfo de Ritola, con record mundial incluido, en la carrera de los 10000 metros. Tres días después, Ritola ganaba también la final de los 3000 metros obstáculos, en la que otro finés, el joven Elias Katz, era segundo. Una jornada más tarde tenían lugar las finales de los 1500 y los 5000 metros. La del mediofondo terminaba con victoria para Nurmi. Y, sin apenas tiempo para celebrarlo (ni para recuperarse al cien por cien), tomaba la salida, una hora después, en la de cinco kilómetros, carrera que ganaba también tras batir al sprint a Ritola después de un intenso duelo entre ambos que dejó a enorme distancia a sus rivales. Entre los dos finlandeses voladores ya habían sumado cuatro medallas de oro (dos cada uno) y una de plata. Suficiente para irse contentos de la capital gala, si no fuera porque su extenuante programa de competiciones aun no había acabado. Esa misma tarde aun tuvieron que participar en una serie de la prueba de 3000 metros por equipos. Y al día siguiente les esperaba el plato fuerte, los más de diez kilómetros y medio de la carrera de campo a través. Una carrera en la que eran rivales y, a la vez, compañeros, ya que se ponían en juego medallas tanto en el apartado individual como en el de equipos nacionales.

Cualquiera que haya visitado París en verano recordará el pegajoso calor que suele hacer. Aunque las temperaturas no superen muchas veces los 30ºC, y rara vez pasen de los 35, la humedad procedente del caudaloso río Sena, que la atraviesa de lado a lado, contribuye a aumentar la sensación de bochorno. El mes más caluroso suele ser el de julio, justo cuando se celebraron los Juegos Olímpicos del año 1924. Y precisamente aquel verano hizo en julio mucho más calor del habitual en la capital gala. En particular, el 12 de julio, fecha en la que se disputaba la carrera de campo a través. Ese día se superaban, a la sombra, los treinta y seis grados. A pleno sol el mercurio de los termómetros estaba más cerca de la línea de los cincuenta grados que de la de los ya más que asfixiantes cuarenta y cinco. Y, lo que era peor aun para los participantes en la prueba de cross…¡en los 10650 metros de su recorrido no había sombra alguna!

Con esas perspectivas no es de extrañar que de los cincuenta y cinco participantes inscritos, diecisiete decidieran que era mejor quedarse en sus habitaciones de la coqueta Villa Olímpica que alojaba a los atletas, una de las grandes novedades de los Juegos en su segunda visita a la ciudad de la luz. Un nombre más apropiado que nunca aquel día de mediados de julio, con el sol apretando de firme desde lo más alto cuando, a las dos y media de la tarde, los treinta y ocho valientes que si se atrevieron a participar tomaron la salida desde la pista de entrenamiento situada justo al lado del estadio de Colombes. Les esperaba un recorrido definido en el programa oficial de la competición como totalmente plano y sobre una pradera. Una descripción optimista, ya que parte del trazado discurría sobre un bucle en la rivera del Sena, de piso bastante irregular, a realizar en dos ocasiones. Además, para entrar en la zona más cercana al río había que bajar por un terraplén de acusada pendiente. Y para salir de esa parte del recorrido tocaba casi trepar más que correr por otra inclinación igualmente empinada. También había que saltar algún que otro muro de piedra y la hierba era realmente alta en varias partes de esa supuesta pradera, en la que no faltaban las piedras, las ramas sueltas y los caminos polvorientos. Por si fuera poco todo eso, las crónicas de la época hablan, en unos casos, de la presencia en las cercanías de una fábrica de gas por cuyas chimeneas salía un humo tóxico, y en otros de un vertedero de basura en las inmediaciones. Fuese por una u otra causa, el caluroso viento procedente del río llevaba a la zona por donde pasaban los corredores un aire no precisamente limpio ni agradable de respirar.

El sueco Wide y los finlandeses Ritola y Nurmi superando uno de los obstáculos del trazado.

Un panorama nada halagüeño que no parecía inquietar a Edvin Wide, atleta del equipo sueco, aunque nacido en Finlandia, que tiraba con fuerza desde el principio y era el primer en salir del recorrido inicial, sobre la pista de entrenamiento, para internarse en el camino que conducía a la orilla del Sena. Wide había sido el ‘primero del resto’ tanto en la carrera de 10000 como en la del 5000. Terminó segundo, a casi medio minuto de Ritola, en la de diez kilómetros. Y fue tercero, a más de treinta segundos del inalcanzable dúo Nurmi-Ritola, en la de cinco. Esta vez quería ser él quien marcara la pauta frente a sus antiguos compatriotas. El representante de Suecia se mantendría en cabeza durante casi media carrera, pero antes de llegar al tercer puesto de control, situado cerca del kilómetro 6, tanto Nurmi como Ritola ya le habían alcanzando y rebasado. Los jueces situados en ese puesto número 3 veían pasar a Nurmi destacado, seguido a unos cien metros por Ritola, con Wide alrededor de cincuenta más atrás.

Wide en cabeza en la parte inicial de la prueba, con Nurmi y Ritola en tercera y cuarta posición.

De ahí al final no habría cambios en las dos primeras plazas. Pese a lo complicado del terreno, definitivamente bastante más áspero que la hierba de una agradable pradera. Pese a los terraplenes a subir y bajar. Pese al aire no especialmente respirable. Y, sobre todo, pese al intensísimo calor y la escasa hidratación, que debía afectar especialmente a alguien procedente de climas fríos como un nórdico, el ritmo de Nurmi no decrecía y su ventaja iba en aumento. El más volador de los finlandeses voladores llegaba destacado a la entrada del estadio de Colombes, y completaba, con aspecto fresco y expresión casi se puede decir que relajada, los últimos trescientos metros sobre la pista de ceniza totalmente en solitario, cruzando la meta antes de que su compatriota, Ritola, hubiese hecho aun acto de presencia por la puerta de maratón. Era un nuevo doblete para Finlandia, la tercera medalla de oro en los juegos de París para Nurmi y el cuarto metal, segunda plata que añadir a sus dos oros, para Ritola. Además, ambos estaban a un paso de sumar otro oro más, ya que para la clasificación por equipos contaban las posiciones de los tres primeros atletas de cada país, así que muy mal se les tenía que dar a sus cuatro compañeros de formación para que el título por escuadras se le escapara a Finlandia.

Y, sin embargo, poco falto para que eso ocurriera. Porque, pese a lo que pudiera indicar el buen aspecto físico con el que terminaron los dos primeros, por detrás de ellos hubo poco menos que una auténtica debacle causada por las durísimas condiciones en que se desarrolló la carrera. Wide, decidido a, por lo menos, volver a ser el mejor del resto tras los imbatibles finlandeses, aguantó en la tercera posición hasta el kilómetro 9, donde se desplomó totalmente exhausto. Nunca llegaría al estadio y hasta hubo quien llegó a decir, aunque por fortuna no fue así, que había fallecido a causa de la insolación que le dejó fuera de combate. En lugar del rubio nórdico de camiseta amarilla, el siguiente en aparecer a la vista del público que ocupaba las tribunas fue un atleta de raza negra vestido de blanco, el estadounidense Earl Johnson. Se trataba de un duro corredor, procedente de una zona donde ser duro es poco menos que imprescindible para sobrevivir, la industrial Pittsburgh. Especialmente en una época como aquella, cuando la segregación racial era moneda corriente en Estados Unidos. Aun así, y pese a que el mundillo atlético norteamericano giraba en torno a los atletas blancos de Boston o Nueva York, Johnson pronto destacó frente a todos ellos, logró un buen número de títulos nacionales, tanto en pista como en campo a través y asfalto, y hasta había batido a Ritola en un 10k por carretera antes de competir en París.

En esta ocasión el finés no había estado a su alcance pero, al menos, iba a terminar tercero y conseguir la medalla de bronce. Aunque, viendo su avance cada más lento sobre la pista de ceniza, los espectadores empezaran a tener dudas de que lo pudiese conseguir. Observar al fornido atleta, de oscuros músculos tan resistentes como el acero que se producía en su ciudad natal, sufrir de modo tan evidente para completar los trescientos últimos metros fue el primer indicio que tuvieron todos los que estaban en Colombes de lo tremendamente exigente que había sido la competición. Espoleado por su enorme voluntad y la entrada en la pista del siguiente corredor, el británico Ernie Harper, al que había superado y dejado atrás poco antes, Johnson cruzaba la meta, totalmente agotado, en la tercera posición. Más fatigado, si cabe, concluía Harper, que empleaba sus últimos gramos de fuerza en pasar la línea final, tras lo cual caía como un fardo en brazos de un miembro de su equipo.

Imagen tomada en la parte inicial de la prueba con el estadounidense Johnson seguido del británico Harper.

Peores aun eran las condiciones en las que entraban en la pista la mayoría de los pocos que conseguían alcanzarla. El quinto en cruzar la puerta de maratón era el vigente campeón de España de campo a través, José Andía, un atleta de corta estatura pero fuertes piernas y gran resistencia. Aun así, el guipuzcoano no podía más y, ante la horrorizada mirada de los asistentes a un espectáculo que iba haciéndose cada vez más tremendo, se desplomaba sobre la ceniza del estadio sin ser capaz ya de levantarse para completar lo poco que le restaba de recorrido. Estaba totalmente deshidratado y tuvo que ser evacuado a un hospital, donde se temió por su vida durante varias jornadas hasta que, poco a poco, se fue reponiendo y pudo volver a España. Después de tanto sufrimiento sin premio decidiría no competir nunca más.

El bravo corredor vasco no sería el único en sucumbir antes de alcanzar la llegada. Las crónicas de la época hablan de un atleta que entró en el estadio tan mareado y desorientado que se puso a correr en dirección contraria hasta que se estrello contra un muro y cayó al suelo inconsciente con aparatosa una brecha en la frente. Y fuera del estadio la situación era aun peor. Avisados de lo que estaba pasando, se envió personal sanitario al recorrido para asistir a los corredores que habían ido cayendo poco menos que como moscas en los caminos, derrumbándose en los caminos de la rivera del Sena. A ocho hubo que retirarlos en camilla. De ellos hubo dos a los que inicialmente se dio por muertos debido a la deshidratación extrema aunque, por fortuna, finalmente se acabaron recuperando.

De los treinta y ocho participantes, solo lograron alcanzar la meta quince. Iban entrando a cuenta gotas, poco menos que arrastrándose. Entre ellos llegó, a duras penas, un tercer finlandés, Heikki Liimatainen, aunque a punto estuvo de no terminar, lo que hubiera arruinado las opciones de su país para vencer por equipos. Totalmente agotado y tremendamente desorientado, el atleta nórdico se detuvo a apenas unos metros del final cuando vio desmayarse delante suyo al competidor que le precedía. Dudó, se dio la vuelta y empezó a avanzar en sentido contrario hasta que, después de un rato que mantuvo en suspense a sus compañeros de equipo, se dio cuenta de su error, volvió sobre sus pasos y, prácticamente andando, completó la carrera en la antepenúltima posición. Un resultado suficiente, en todo caso, para que Finlandia lograra la victoria por equipos, permitiendo a Nurmi y Ritola añadir otro oro a su extraordinaria cuenta, que se ampliaría al día siguiente cuando los dos volvieron a terminar primero y segundo en la carrera de 3000 metros por equipos. Una prueba en la que su país logró la victoria, lo que significaba la quinta medalla de oro para Nurmi en los Juegos de París y el sexto metal, tres de oro y tres de plata, para Ritola.

Pero pese a la triunfal exhibición de los dos fabulosos corredores finlandeses, el desolador desenlace que deparó la prueba de campo a través tuvo un efecto inmediato en los miembros del Comité Olímpico. Aquello no podía volver a pasar. El ‘cross’ es una competición de invierno, no se puede disputar en verano, decidieron. Desde entonces no hay prueba de campo a través en el programa de atletismo de los Juegos Olímpicos. Un vacío que tal vez pueda llenarse cuando, en 2024, justo cien años después de aquella dramática carrera, una nueva Olimpiada culmine en París. Al menos, parece que es algo que se está considerando. Al fin y al cabo, por mucho calor que pueda hacer en la capital gala en verano, hoy día la preparación de los atletas y su hidratación durante la carrera son infinitamente superiores. Además, aunque se esté pensando en devolver al cross a terrenos más duros, es de imaginar que el recorrido no ofrecería las dificultades digamos ‘ambientales’ que tuvo el de hace cien años. Y en estos tiempos los equivalentes de los finlandeses voladores que dominaban el campo a través en los años veinte del siglo pasado son unos atletas procedentes de la mitad norte de África a los que no suele asustar el calor precisamente. En todo caso, habrá que esperar y, mientras tanto, seguiremos disfrutando con las carreras de campo a través en su época natural, los meses de invierno… aunque lo de ‘disfrutar’, cuando se corre en las condiciones del nacional de cross celebrado en Mérida, sea de lo más relativo, sobre todo si hablamos de los sufridos competidores. Chicos y chicas del campo a través español ¡tenéis todos mis respetos!

MÁS INFORMACIÓN:

ATHLETICS AT THE 1924 PARIS SUMMER GAMES: MEN'S CROSS-COUNTRY, INDIVIDUAL - Clasificación de la prueba de cross de los JJOO de París 1924 en la web ‘sports-reference’.

THE COMPLETE HISTORY OF CROSS-COUNTRY RUNNING - Libro de Andrew Boyd Hutchinson que dedica un capítulo al cross olímpico de 1924

EL "INFIERNO" DE COLOMBESArtículo sobre el cross de los JJOO de París 1924 publicado por Paul Martín en su blog de historia del atletismo

PAAVO NURMI EN LOS JUEGOS OLÍMPICOSResumen de los éxitos olímpicos de Paavo Nurmi en la web del museo del deporte de Finlandia dedicada a su carrera deportiva

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