El podcast dedicado a todo lo que tenga que ver con correr, nadar y pedalear
Daniel Ceán-Bermúdez
@daniel_cean

La temporada del 2019 en el ciclismo en carretera acaba de comenzar hace apenas un mes. Lejos están aún las principales citas del año, tanto en lo que respecta a las clásicas como las grandes rondas por etapas. Ahora es esa época en la que el protagonismo recae en vueltas más cortas pero que no por ello se disputan con menos intensidad. Cada victoria cuenta y empezar la campaña ganando siempre es importante, aunque se trate de triunfos que apenas alcanzan resonancia ante eso que se suele llamar ‘el gran público’. Un público que, en lo que respecta al ciclismo, se fija sobre todo en los vencedores del Tour, el Giro o la Vuelta.

EL ÚLTIMO HEREDERO DE MERCKX


Que uno de sus ciclistas gane en alguna de estas rondas de tres semanas es algo que llevan esperando demasiado tiempo en uno de los países donde el ciclismo es poco menos que una religión: Bélgica. Hace ya más de cuatro décadas del último triunfo de un belga en la general final de una de las tres grandes. Tal lejano honor recayó en un honesto gregario que tuvo aquella primavera su máximo momento de gloria, Johan De Muynck, vencedor del Giro del 1978, sucediendo en el palmarés de la prueba italiana a otro compatriota con algo más de pedigrí, Michel Pollentier, ganador en 1977. Ese mismo año se produjo el último éxito belga en la Vuelta a España, con Freddy Maertens arrasando en una prueba de recorrido a su medida de poderoso rodador, con mucha menos montaña de lo habitual, y en la que ganó trece etapas además de terminar primero de la general, vistiendo un maillot que, por cuestiones publicitarias, fue de color naranja butano en lugar del amarillo habitual por aquel entonces. Unos meses antes, en el verano del 1976, se había producido el que, a día de hoy, sigue siendo el último triunfo de un belga en la clasificación final del Tour, el conseguido por un ciclista cuyas características no podían ser más diferentes a las de Maertens, el menudo escalador Lucien Van Impe. Todos esos triunfos llegaron a la estela del inigualable Eddy Merckx, dominador absoluto de prácticamente todas las facetas del ciclismo mundial en la primera mitad de aquella década, pero carecieron de la continuidad a la que el ‘monstruo’ flamenco había acostumbrado a los seguidores de su país.

Después llegaron los ochenta y los noventa sin que los ciclistas belgas destacaran al máximo nivel en las grandes rondas por etapas. Una tendencia que se ha mantenido en las dos primeras décadas del cambio de siglo, con triunfos en las clásicas y ausencia total de éxitos finales en Giro, Tour y Vuelta para los nacidos en Bélgica. Inevitablemente, en todo este tiempo no han faltado los corredores, desde Criquelion a Vandebroucke, a los que se les ha puesto la etiqueta de ‘nuevo Merckx’, tal vez más como deseo que con posibilidades reales de poder acercarse, siquiera, a los logros del fabuloso Eddy. El último en esa lista es un joven que esta debutando como profesional esta temporada pese a no haber cumplido aún los veinte años de edad. Se trata de Remco Evenepoel. Su nombre empezó a sonar más allá del reducido círculo de expertos que siguen las categorías inferiores cuando el año pasado ganó el campeonato de Europa Junior en ruta con una exhibición digna de otros tiempos. Se escapó a falta de más de cien kilómetros y cruzó la meta en solitario con casi diez minutos de ventaja. Además, aunque fuese por un margen lógicamente mucho menor, 24 segundos, dos días antes había ganado también la prueba de contra reloj individual. Unos meses después, en los mundiales celebrados en Innsbruck, dejó si cabe todavía más boquiabiertos a todos los especialistas cuando repitió doblete ganando, además, de forma extraordinaria las dos pruebas. En la crono con casi minuto y medio de diferencia. En ruta, tras perder alrededor de dos minutos a causa de una caída, remontar, reintegrarse al grupo de cabeza, atacar y marcharse sólo para cruzar la meta como ganador tres minutos por delante del resto.

Después de todo eso, culminación de una campaña en la que ganó alrededor del 75% de las veces que se montó en la bici para competir, Evenepoel ha dado el saltó en el 2019 directamente al profesionalismo, dejando de lado la categoría sub23 y fichando por el potente equipo del Quick Step, que estrena este año patrocinador principal con Deceuninck. Con la formación belga, Remco ya ha comenzado a dejarse ver en la máxima categoría desde su primera carrera, la Vuelta a San Juan, en Argentina, donde terminó noveno de la general y logró la victoria en la clasificación reservada a los más jóvenes. Y en su cita de estreno dentro del World Tour, en los Emiratos Árabes, se codeó sin el más mínimo complejo con los mejores tanto en la contrarreloj inicial como en la primera llegada en alto aunque, al día siguiente, una caída le obligó a abandonar. Evidentemente, es demasiado pronto para saber si Evenepoel podrá acabar siendo un ganador de grandes vueltas (o de clásicas o de rondas de una semana), pero lo que es indudable es que pocos ciclistas de su edad han conseguido atraer la atención del modo en que el joven Remco lo ha hecho. Que sea capaz de progresar sin distraerse ante todo lo que supone el enorme cambio de competir en junior a hacerlo con los ‘mayores’ será una de las claves. La etiqueta de ‘nuevo Merckx’ pesa lo suyo y, después de todo, Merckx sólo ha habido uno. Sea lo que acaba siendo Evenepoel, será diferente… ¿mejor o peor? Ya lo veremos.

LA NUEVA SENSACIÓN ESLOVENA


El belga del Deceuninck-Quick Step no es, en todo caso, el único joven valor que aspira a ser uno de los grandes en un futuro más o menos cercano. Con sólo un año más de edad que Evenepoel hay otro ciclista que está destacando también en sus primeros pasos dentro del gran pelotón profesional y que, de hecho, puede que tenga más cualidades para triunfar en las grandes rondas por etapas. Es el esloveno Tadej Pogacar, ganador el año pasado del Tour del Porvenir, lo que por sí sólo ya es una buena tarjeta de presentación en lo que respecta a futuro halagüeño en rondas de tres semanas.

Hace unos días, el ciclista del EAU Team Emirates ya estrenó su palmarés de vencedor en vueltas profesionales con una convincente victoria en la Vuelta al Algarve. Pogacar se vistió de amarillo tras ganar de forma espectacular la segunda etapa, con llegada en la cima del Alto de Foia, donde superó a rivales de primer nivel, como el siempre duro Woet Poels o la nueva gran esperanza española para las vueltas por etapas, Enric Mas. Después, el esloveno mantuvo el liderato en la crono con una muy notable quinta plaza, y lo defendió con éxito, y en solitario, en la última llegada en cuesta, al alto del Malhao. A sus veinte años, Pogacar apunta maneras de ciclista para grandes rondas y se une al ya mucho más conocido y contrastado Primo Roglic en el papel de punta de lanza del pujante ciclismo esloveno.

LA BALA ARCOIRIS


Estos jóvenes que vienen pisando fuerte seguro que sueñan con el maillot amarillo del Tour, la maglia rosa del Giro o el rojo de la Vuelta. Y también, muy probablemente, con esa elástica con las franjas multicolores de los aros olímpicos sobre fondo blanco que distingue al campeón del mundo y que viste esta temporada un ciclista que casi les dobla en edad. Alejandro Valverde. El murciano ya se encargó de desmentir, en la primera llegada en alto del Tour de los Emiratos Árabes, a los agoreros que empezaban a impacientarse porque aún no había conseguido ninguna victoria en lo poco que va de temporada. Segundos puestos en Murcia y en Andalucía, carreras donde solía ganar casi cada año, alimentaban el alarmismo de los que sólo se fijan en las cifras y comparaban los números de triunfos a estas alturas del año, en campañas anteriores, con el cero que todavía figuraba en su marcador del 2019. Había quien ya empezaba a hablar de ‘la maldición del arcoiris’, esa especie de bloqueo que ha afectado a no pocos ciclistas en el año posterior a lograr el título mundial de ruta, traduciéndose en una absoluta sequía de éxitos mientras compitieron portando tan distintivo maillot.

Una sequía que en el caso de Valverde ha durado poco, acabándose, irónicamente, en un escenario donde la falta de agua es endémica. La árida llegada en alto de Jebel Hafeet, final de la tercera etapa en la vuelta de los Emiratos Árabes, era un terreno bien conocido por el ciclista de Movistar. Ya había ganado allí el año anterior y sabía muy bien dónde y cómo tenía que atacar para repetir triunfo. Así que haciendo gala de la experiencia que dan tantos años de resolver batallas similares, dejó hacer a los más jóvenes y a los más temerarios, no se puso nervioso cuando los Roglic, Gaudu o Martin se iban por delante, espero su momento, paró, templó, mandó y, a escasos metros del final, les asestó uno de esos hachazos marca de la casa con los que ha conseguido tantísimos triunfos. La imagen de Valverde cruzando la meta brazos en alto, con el arcoiris del ciclismo en su pecho luciendo en el soleado desierto árabe no será, estoy convencido, la única de ese estilo que veremos este año. Con este hombre-bala no hay maldiciones que valgan.

Audio del programa
PATROCINADORES: 

DEJA TU COMENTARIO: