LAS MEDALLAS NO LO SON TODO

Campeonato del Mundo de Atletismo – Londres 2017: Jornada 10

El 13 de agosto del 2017, Londres amaneció soleado. Era una de esas mañanas de domingo en las que apetece salir temprano a dar un paseo. Y un sitio ideal para pasear en la capital británica es ‘The Mall’, la agradable alameda que une el Palacio de Buckingham con ‘Trafalgar Square’. Pero este domingo se despedían los campeonatos del mundo de atletismo y ‘The Mall’ era, precisamente, el escenario elegido para cuatro de las once finales previstas en la última jornada de competición, las de la marcha atlética. Así que en lugar de paseantes caminando a ritmo tranquilo por sus amplias aceras, mientras admiran el imponente Arco del Almirantazgo, se maravillan ante el solemne cambio de guardia a las puertas de la residencia real o escudriñan desde la distancia sus ventanas, con la esperanza de ver a la Reina o a alguno de sus famosos familiares, ‘The Mall’ estaba en esta ocasión lleno de marchadores, dispuestos a completar las durísimas pruebas de 50 y 20 kilómetros a base de ir y volver, una y otra vez, por el kilómetro que separa el majestuoso palacio del no menos impresionante edificio en forma de arco situado en el otro extremo del paseo.

RECORRIDO DE LAS PRUEBAS DE MARCHA - LONDRES 2017

Unas bellezas arquitectónicas que fueron testigos mudos de la impresionante exhibición del francés Yohann Diniz en la distancia más larga de la categoría masculina. El veterano marchador galo, cuyo sufrimiento en los Juegos de Río fue noticia mucho más allá del mundillo atlético, a causa de lo escatológico de las imágenes que tuvo la desgracia de protagonizar, insistió en Londres en su táctica de marcar desde la salida un ritmo imposible de seguir para sus rivales. Y esta vez nada falló en su organismo pese al durísimo castigo al que lo volvió a someter. Sus rivales apenas lo vieron cuando los dejó atrás en los metros iniciales y cuando lo veían ir ya de vuelta en cada uno de los dos lados de la alameda, mientras ellos recorrían aun el camino de ida. Su inmensa alegría al alcanzar la meta estaba más que justificada y le permitía dejar atrás el mal recuerdo olímpico con la consecución de un merecido primer título mundial. Entorchado, el de los 50 kilómetros marcha, que se ponía en juego por primera vez en la categoría femenina, después de una batalla legal emprendida contra la IAAF por la marchadora estadounidense Erin Talcott. Qué la estadounidense fuese la única descalificada de las sólo siete participantes que tomaron parte en esta prueba (con la que las mujeres ven equipararse por fin el número de pruebas de su programa en los mundiales al de los hombres), puede considerarse toda una cruel ironía o una sibilina venganza federativa. En todo caso, nadie le quitará a Erin la satisfacción de ser una pionera y haber conseguido lo que se había propuesto… aunque no lo pudiese saborear hasta el final cómo si hizo la portuguesa Inés Henriques, primera campeona del mundo de la durísima distancia tras más de cuatro horas de rápida caminata por ‘The Mall’.

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El ‘paseo’ no fue tan largo, aunque no por ello resultó menos duro, para los marchadores en las dos finales de los 20 kilómetros, las que contaban con más opciones de buen resultado para la representación española. Pero, mal acostumbrados como estamos a las numerosas medallas alcanzadas a lo largo de la historia en esta especialidad tan inusual de caminar casi tan deprisa cómo si fueses corriendo (¡pero sin correr!), las meritorias posiciones en la parte baja de los diez primeros alcanzadas por Laura García-Caro, María Pérez, Alvaro Martín, Alberto Amezcua y Miguel Ángel López, pueden saber a poco… especialmente en el caso de este último, que defendía título pero estuvo lejos de poder luchar por revalidarlo.

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La de la marcha era la ‘penúltima bala’ del arsenal español en busca de la esquiva medalla, ese único rasero utilizado en muchos casos para juzgar cómo éxito o fracaso el trabajo de atletas y entrenadores durante muchos meses de esfuerzo anónimo. Una ‘bala’ que disparaba muy cerca de hacer diana Adel Mechaal en la final del 1500. La prueba reina del medio fondo hace tiempo que no es lo que era en cuanto a grandes figuras internacionales, pero sigue manteniendo intacta su fascinación y su puesto de privilegio en el programa de competiciones, precediendo al tradicional cierre de los relevos 4x400. En el estadio olímpico de Londres, la carrera de ‘la milla métrica’, qué dicen por aquellos lares, se presentaba cómo el enésimo duelo entre la fuerza de los africanos, personificada en el trío de Kenia, con Kiprop siendo el de historial más ilustre pero Cheruiyot y, sobre todo, Manangoi los que parecían estar más en forma, y la rapidez de los europeos, entre los que el veloz Holusa y los siempre competitivos Ingebritsen y Lewandowsky debían ser la principal amenaza. A medio camino entre ambos grupos estaba Mechaal, europeo pero nacido en el norte de África. Y dadas sus características de atleta al que le van bien los ritmo fuertes y no tanto las carreras excesivamente tácticas, para Adel era buena noticia que los tres keniatas decidieran aprender de lo ocurrido en Brasil el año anterior. Entonces, la extrema lentitud de la final había propiciado el inesperado triunfo al sprint de Centrowitz.

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Algo que no iba a ocurrir en esta ocasión, ausente de la final el sorprendente campeón Olímpico en Río, fuera de combate a las primeras de cambio en Londres, y descolgados por el fuerte ritmo del trío africano los más peligrosos ‘llegadores’ de raza blanca. De hecho, por un instante parecía que el podio iba a ser cien por cien para Kenia, con sus tres atletas abriendo hueco y el resto tratando de reaccionar, liderados por Ingebritsen, al que se pegaba con decisión Mechaal. Finalmente, el esfuerzo del noruego y el español daba su fruto y los dos iniciaban el giro final junto al terceto africano, que se convertía en dúo al ceder Kiprot cuando se entraba en la última curva y Cheruiyot metía una marcha más. Con Manangoi a su derecha, apenas un paso por detrás, los dos keniatas encaraban la recta final en cabeza y recorrían prácticamente en paralelo sus primeros metros hasta que Managoi imponía su mayor rapidez para dar el tirón definitivo y conseguir la victoria por delante de su compatriota. Tras ellos, Ingebritsen y Mechaal pugnaban por la tercera posición, con el español cada vez más cerca del noruego, a quien trataba de rebasar por el escaso hueco que este dejaba por el interior. Un hueco que acababa por ser demasiado estrecho cómo para entrar por él. El bronce se iba para el norte de Europa, y al vacío medallero de España se añadía la medalla que no suma, esa que irónicamente llaman ‘de chocolate’ muchos deportistas que acaban cuartos. Un chocolate dulce, en todo caso, para Mechaal, que se reivindicaba ante los micrófonos tras un año envuelto en polémicas y sospechas de esas que acaban resultando difíciles de disipar.

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Antes del 1500 masculino, las mujeres habían completado su programa de carreras individuales con las pruebas de 800 y 5000. En la de la doble vuelta a la pista, y por mucho que este haya sido el mundial de las sorpresas, sólo una catástrofe de proporciones tan enormes como su tamaño podía privar a Caster Semenya de la victoria. La sudafricana no había estado lejos de batir a las especialistas del 1500 en su estreno en la distancia más larga. Pero si en esa carrera era una muy peligrosa ‘outsider’, en el 800 era, pura y simplemente, las máxima y poco menos que única favorita. Su poderoso cuerpo intimida a sus rivales y su descomunal fuerza las aniquila cuando se acerca la línea de meta de un modo tan o más rotundo que el habitualmente utilizado, allá por principios de los años ochenta, por otra atleta que dejaba pequeñas, en velocidad, tamaño y musculatura, a sus oponentes en esta misma distancia, Jarmila Kratochvilova. La checa inauguró el palmarés del 800 femenino en los campeonatos del mundo, ganando en el de Helsinki de 1983 con un crono tres décimas por debajo del 1.55. Y treinta y cuatro años después, en Londres, Semenya añadió el tercer título mundial a su palmarés venciendo al mismo estilo, con claridad tras volver a imponerse en los últimos metros y cruzar la meta apenas una décima y media por encima de esa barrera que ninguna mujer ha logrado superar en lo que va de siglo.

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Pero si en el 800 no había duda de quién iba a ganar, en el 5000 la cosa ya no estaba tan clara. La duda era ¿lograría Ayana el doblete 5000-10000 que se le escapó a Farah o se lo impediría Obiri? La exhibición de la etíope en la prueba de los diez kilómetros había sido asombrosa pero, a su vez, añadía incertidumbre a la de cinco. ¿Habría gastado unas fuerzas que, tal vez, le fuesen a hacer falta unos días después ante una rival del extraordinario nivel de la keniata? Sea como fuere, Ayana afrontaba el cinco mil del mismo modo que había hecho con el diez mil, del único modo que sabe, corriendo más que nadie. Enseguida ponía el grupo en fila de a uno y en la cuarta de las doce vueltas y media ya sólo quedaba una atleta que pudiera seguirla, Obiri. Las dos continuaban a su ritmo en torno a 2.50 por kilómetros, imposible para el resto de competidoras, cuya carrera ya era otra totalmente distinta y con la medalla de bronce cómo premio. La de oro se la iban a jugar la etíope y la keniata, que llegaban a la vuelta final exactamente cómo habían hecho las nueve anteriores, ampliamente destacadas, con Ayana delante y Oniri a su estela. Y entonces, a falta de 300 metros, la keniata daba eso que en ciclismo se llama, con ironía, el ‘último relevo’, el del que ha ido a rueda durante toda la fuga pero ataca al que ha marcado el ritmo de la escapada para batirle con la meta a la vista. Ayana no hacía ni atisbo de tratar de responder y Oniri se iba sola para acabar entrando en meta por delante y añadir a su título mundial en pista cubierta del 2012 el indudablemente más prestigioso de Campeona del Mundo al aire libre. Casi seis segundos después llegaba Ayana, conformándose con unirse a Farah en el agridulce éxito de la plata en el 5000 tras haber conseguido el oro en el 10000. Y apenas un par de segundos más tarde, Sifan Hassan cruzaba la meta tercera y lograba en los cinco kilómetros la medalla que se le había escapado en los metros finales del 1500.

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El triunfo de Obiri en el 5000 femenino, sin ser una sorpresa mayúscula, era otro de los que rompía los ya muy vapuleados pronósticos en un mundial no muy propicio para los principales favoritos en un buen número de sus pruebas. Pero aún quedaba por llegar una sorpresa más con la que poner el adecuado fin de fiesta a un campeonato con tantos resultados impredecibles. Restaban las dos pruebas del 4x400. Dos carreras en las que los cuartetos de Estados Unidos partían cómo máximos aspirantes a la victoria. En el relevo largo femenino las estadounidenses confirmaban con rotundidad ese status imponiéndose por amplio margen y, de paso, convirtiendo a Alison Felix en la persona con más medallas conseguidas en campeonatos del mundo… ¡nada menos que dieciséis! Les llegaba entonces el turno a los hombres. Y, las cosas cómo son, en semifinales al ‘Team USA’ le habían apretado bien las clavijas los rapidísimos atletas de Trinidad y Tobago. Pero, aunque sólo sea por historia, a los norteamericanos es más que complicado ganarles en una final, por mucho que los caribeños hubiesen estado cerca hace dos años, en el anterior mundial, disputado en Pekín. En todo caso, el cuarteto de Estados Unidos iba a tener que correr mucho para revalidar título y eso le daba un punto extra de interés a la última carrera del campeonato que, además, tenía el especial aliciente para los aficionados españoles de la presencia del equipo nacional entre los ocho finalistas. El cuarteto formado por Óscar Husillos, Lucas Búa, Darwin Echeverry y Samuel García había logrado el pase para la carrera decisiva después de un magnífico triunfo en su semifinal, reeditando la maravillosa victoria de hace un par de meses en el europeo de selecciones. Pensar en que pudiesen subir al podio era más que utópico, pero, en su caso, el éxito ya era haber llegado hasta ahí… y de su garra y entrega se podía esperar, como mínimo, una carrera en la que iban a pelear desde el primer al último metro. Si eso los llevaba a tal o cual plaza era casi lo de menos, su rival era más el crono que las posiciones, su medalla era batir el veterano record de España, vigente desde el 2001.

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Una particular medalla de honor que lograban con brillantez después de otra carrera fantástica. Husillos entregaba el testigo en segundo lugar, sólo por detrás de Estados Unidos, tras correr una primera posta sensacional por la calle 6. Lucas Búa se volvía a meter con decisión a calle libre, en plena pelea por la tercera plaza, para acabar entregando cuarto. Darwin Echeverry mantenía la posición con una curva final espléndida, en la que resistía más allá de lo que parecía posible. Y Samu Sánchez daba hasta el último aliento para cruzar la meta quinto y parar el crono en 3:00.65, nuevo record de España. Un registro que, visto lo visto y dada la juventud del cuarteto, puede ser sólo el primer paso en el camino de bajar de esos tres minutos que separan a los buenos de los mejores. Territorio ese, el de los más grandes, en el que plantaron su bandera en primera posición los de Trinidad y Tobago después de un último esfuerzo agónico de su cuarto relevista, Lalonde Gordon, que superó en los metros finales a un muy atrancado Fred Kerley. La última medalla de oro de los mundiales de Londres del 2017 no iba a ser para el país que más ha ganado en estos inolvidables diez días de competición. Se la llevaba una nación a la que, desde los tiempos del fantástico Hasely Crawford, campeón olímpico del 200 en Montreal 76, el atletismo pone en el mapa de vez en cuando gracias a sus extraordinarios velocistas.

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El triunfo del cuarteto procedente de la pequeña isla caribeña, o el bronce del saltador de altura sirio Majd Eddin Ghazal, eran, además, un perfecto broche para reivindicar una vez más la universalidad del atletismo, un deporte que llega a los rincones más remotos del planeta cómo pocos pueden hacerlo. De hecho, en el medallero final de este campeonato aparecen nada menos que cuarenta y tres naciones diferentes, con representación de los cinco continentes entre los atletas que han logrado acabar en alguna de las tres primeras posiciones de las cuarenta y ocho pruebas disputadas. Qué en esa larga lista no figure España servirá para que quienes sólo hablan de atletismo (o de casi cualquier otro deporte que no sea el fútbol) en Olimpiadas y Campeonatos del Mundo tilden de rotundo fracaso eso tan abstracto que se suele denominar ‘la actuación española’. Y aunque, evidentemente, no se puede considerar un éxito que ningún atleta español haya subido al podio, tampoco hay motivos para el catastrofismo. Entre la amplia representación nacional ha habido un buen número de competidores que han rendido al máximo nivel, cómo también los ha habido que han estado por debajo de sus posibilidades. Analizar cada caso por separado sería lo suyo a la hora de hacer balances, al fin y al cabo este es un deporte eminentemente individual… relevos aparte. Y en estos el equipo español ha brillado a gran altura aunque no haya logrado medalla… porque, al fin y al cabo, las medallas no lo son todo.

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