VAN NIEKERK DOMINÓ EL 400. DOBLETE EUROPEO EN 800 Y AFRICANO EN 3000 OBSTÁCULOS

Campeonato del Mundo de Atletismo – Londres 2017: Jornada 5

Desde su extraordinaria eclosión en los Juegos Olímpicos de Río, cuando batió, (¡corriendo por la calle más exterior!), el poco menos que legendario record de Michael Johnson en la prueba de los 400 metros, el sudafricano Wayne Van Niekerk es el principal aspirante a convertirse en el nuevo rey del atletismo mundial, ocupando el trono que dejará vacante la retirada del indiscutible monarca de la última década, Usain Bolt.

Un reinado que puede empezar ya en estos campeonatos del mundo de Londres si logra la hazaña que se ha propuesto, ganar el oro tanto en los 400 cómo en los 200. Un reto de enorme dificultad en el que ya está a medio camino después de conseguir el martes por la noche, con incontestable autoridad, el título de Campeón del Mundo en la prueba de la vuelta a la pista. Un triunfo que, sobre el papel, sólo podía discutirle el magnífico Isaac Makwala, cuyo excelente rendimiento en series y semifinales dejaba abierta la puerta a la posibilidad de que el atleta de Botswana le pusiese, por lo menos, las cosas difíciles al campeón Olímpico.

Desafortunadamente, un virus intestinal se interponía en el camino del único de los otros siete finalistas con capacidad de correr al nivel necesario para ser una amenaza creíble al gran favorito. Con la calle 7, la que debía ocupar el atleta de Botswana, tristemente vacía, la carrera que cerraba la quinta jornada del mundial se convertía en una exhibición en solitario del fabuloso sudafricano. Desde los tacos de salida de la 6, Van Niekerk partía catapultado hacia delante por su enorme potencia, recorría más rápido que nadie la primera curva, devoraba con avidez cada metro de la contrarecta y remataba la faena en el segundo viraje. El sudafricano encaraba la recta final con una clara ventaja y los últimos cien metros de carrera se convertían poco menos que en los primeros de la vuelta de honor. Aun dejándose ir en los 20 o 30 finales, el ya virtual campeón del mundo desde unos cuantos instantes antes cruzaba la meta con un crono por debajo de los 44 segundos, poco menos que al trote. Y mientras él reservaba energías para su siguiente reto, el 200, sus rivales dejaban sobre la línea el resto de las pocas que les quedaban para alcanzar la plata o el bronce, lo único a lo que podían aspirar.

El mejor de esos premios se lo llevaba el bahameño Gardiner, mientras que la última medalla era para la gran revelación de la prueba, Abdalelah Haroun. El atleta de origen sudanés que corre por Qatar es el vigente campeón del mundo junior y partía con la peor marca de la temporada entre los ocho finalistas y la segunda peor marca personal de todos ellos. Su posición a la entrada de la recta final se ajustaba a esas referencias, ya que era el último en alcanzarla. Pero, entonces, empezaba a recuperar terreno y mientras sus rivales perdían fuelle, Haroun los iba superando uno a uno hasta batir, sobre la misma llegada, a la esperanza de Botswana para, al menos, lograr con Thebe la medalla que debía haber sido de Makwala.

La esperada victoria de Van Niekerk, lograda con tanta claridad cómo muchos de los conseguidos por Bolt en los 100 o 200 de anteriores citas mundiales y olímpicas, no dejaba, sin embargo, esa misma sensación de asombro que acompañaba a cada exhibición del portentoso jamaicano. El sudafricano es otro estilo de atleta y de persona: menos espectacular a la vista, más discreto en su proceder, más comedido en sus gestos. Y, me temo, eso acabará haciendo que sus fantásticos logros vayan a acabar teniendo menos eco que los sensacionales triunfos del caribeño a lo largo de los años. El nuevo rey no es tan carismático por mucho que, cómo atleta, sea absolutamente único, y me da la sensación que le va a costar más ganarse a público y prensa que vencer a sus rivales. Aunque, probablemente, a él sea esto último lo que realmente le importa.

Antes de que la final del 400 pusiese cierre a la quinta jornada de los campeonatos mundiales de Londres 2017, se disputaron otras dos carreras que, en lo que a mi respecta, siempre han estado entre las que más me gusta ver: las de 3000 metros obstáculos y 800 metros. La durísima prueba de los obstáculos y la inmisericorde ría es habitualmente territorio de caza para los especialistas venidos de Kenia. Pero, en esta ocasión, el terceto de representantes del país africano no parecía tan poderoso o, al menos, no todos sus componentes se habían mostrado a su habitual nivel inalcanzable. Y cómo, además, el estadounidense Jager, el francés Mekhissi o el marroquí Elbakkali si que habían dejado muy buenas sensaciones en las carreras previas, la posibilidad de que alguno de ellos interrumpiese la supremacía de los keniatas era una posibilidad muy a tener en cuenta.

Sin embargo, para ello hacía falta una carrera disputada a un ritmo bastante mayor que el 2.51 con el que el compacto grupo, guiado sin demasiada convicción por el etiope Sebosa, pasaba por la marca del primer kilómetro. Era necesario ir más deprisa para desarbolar a la armada de Kenia. Y de ello era muy consciente el norteamericano Jager, que tomaba el mando poco después y daba un primer y fuerte tirón que le dejaba en cabeza con sólo un cuarteto de acompañantes: dos de los keniatas, Kipruto y Kemboi, el único marroquí en liza, Elbakkali, y el mejor de los galos, Mekhissi.

La primera selección ya estaba hecha, Jager había separado el grano de la paja… pero eso no bastaba. Aunque el segundo mil era más rápido que el primero, tampoco resultaba ser excesivamente veloz, con el alto y rubio atleta de Illinois completándolo en 2.43. Quedaba el último y decisivo kilómetro, con el estadounidense siempre al frente y el grupo de cabeza perdiendo otro par de unidades: primero Kemboi, que se descolgaba con claridad, después Mekhisi, que iba cediendo poco a poco. Al toque de campana Jager seguía el primero pero, con Kipruto y Elbakkali pegados a él y más rápidos en los últimos metros, sus opciones de victoria eran escasas. En la contrarecta esas posibilidades ya eran nulas cuando atacaba el atleta de Kenia le rebasaba con claridad, seguido cómo su sombra por el marroquí. Los dos africanos encaraban la última ría emparejados y la superaban al unísono, cada uno con su muy diferente estilo: el magrebí más clásico, impulsándose con su pie derecho sobre el obstáculo, el campeón olímpico más heterodoxo, salvando la barrera con ambas piernas en ángulo. Ambos seguían codo con codo en la entrada a la recta final, pero ahí Kipruto tenía aun una marcha más. El atleta de Kenia aceleraba y ya saltaba el obstáculo final un metro por delante del marroquí, que trataba en vano de recortar la diferencia. El campeón el año pasado en Río añadía en Londres el oro mundial a su palmarés y, para hacerlo, se permitía incluso el lujo de celebrarlo con festivos gestos cuando todavía restaban unos cuantos metros para cruzar la meta. Elbakkali se rendía y saboreaba también la plata antes de llegar segundo, mientras que Jager no podía relajarse hasta pasar la última línea en tercera posición, amenazado su bronce por el francés Mekhissi, sólo cuarto pese a su poderoso final.

Mucho más atrás, en los puestos once y doce, acababan los otros dos representantes de Kenia. El equipo del país africano no era, en efecto, tan potente e imbatible esta vez, pero el título volvía a ser suyo gracias a la clase, fuerza e inteligencia táctica de Kipruto, que supo leer perfectamente la carrera, dejó hacer a los demás y acabó rematando poco menos que cómo y cuando quiso. El himno de Kenia volvería a sonar en una entrega de medallas de los 3000 metros obstáculos.

En cambio, en la ceremonia de triunfadores en los 800 la música que saldría esta vez de los altavoces del estadio no iba a ser la del páis africano si no la inconfundible marsellesa. Ausente, por una inoportuna lesión de última hora, el único e indiscutible favorito cada vez que se disputa una final de 800 desde hace ya unos cuantos años, el inigualable Rudisha, la prueba de las dos vueltas a la pista se presentaba muy abierta y con la posibilidad real de que su vencedor fuese de raza blanca y nacido en Europa. Y, efectivamente, así ocurría. El francés Bosse se imponía en una carrera que partía lenta (24.3 en el 200) y seguía así al toque de campana (50.76 en el 400, con el canadiense McBride en cabeza). Entonces tomaba el mando el único representante de Kenia, Kypiegon Bett. Pero el joven campeón mundial junior acusaba, probablemente, su inexperiencia. Su largo y lejano ataque se convertía en la rampa de lanzamiento desde la que despegaba Bosse. El galo le rebasaba a la entrada de la última curva y empezaba a escaparse, centímetro a centímetro, hasta entrar en la recta final con un par de metros de ventaja que ya nadie podría enjugar. Bett, que había mantenido el segundo puesto en la curva pese al ataque por el exterior de Amos, iba a menos. El de Botswana acusaba todavía más el esfuerzo. Y tras ambos emergía el polaco de seis consonantes y una sola vocal en su apellido, Adam Kszczot, que los rebasaba para cruzar la meta en la segunda plaza, a apenas tres décimas de un ya también muy en el límite Bosse. El francés se llevaba la victoria a base de sufrir y temer que, en cualquier momento, alguien apareciese por su derecha y le arrebatase la primera posición en esa recta final que, si suele ser siempre interminable, lo es más que nunca en la agónica prueba de los 800. Una prueba que retornaba a manos de un europeo después de mucho tiempo y en la que, por sólo cuatro centésimas, las que separaban del bronce al sorprendente británico Kyle Langford, a punto estaba de tener un podio con sus tres escalones ocupados por atletas de raza blanca y nacidos en el viejo continente.

El triunfo de Vosse en el 800 llegaba minutos antes del desenlace en la final del salto con pértiga masculino, en la que otro francés, la máxima estrella del atletismo en el país vecino, Renaud Lavillenie, luchaba por añadir a su extenso palmarés el único título que le faltaba, el de Campeón del Mundo. Pero el galo, aun jugándoselo todo a una carta en un desesperado intento final por encima de seis metros, tras hacer dos nulos sobre los 5.95 que si había logrado franquear el estadounidense Kendricks, derribaba el listón. Cinco años después de haber logrado el oro olímpico en este mismo escenario de Londres, el recordman mundial tenía que conformarse con su quinta medalla no de oro (la cuarta de bronce) en Campeonatos del Mundo. Decididamente, el título mundial se le resiste al mejor saltador de la era post-Bubka.

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