BOLT PERDIÓ, AYANA ARRASÓ

Campeonato del Mundo de Atletismo – Londres 2017: Jornada 2

¿Podrá alguien con Bolt? era la pregunta con la que cerraba el resumen de la jornada inaugural del mundial de atletismo de Londres 2017. Y no era una pregunta retórica, aunque atreverse a formular un ‘sí’ cómo respuesta fuese todavía más que aventurado. En todo caso, las series de clasificación de los 100 metros masculinos me habían dejado, en la noche del viernes, la sensación de que, tal vez, Bolt no fuese imbatible esta vez. Una especie de ‘pálpito’, basado no tanto en el hecho de que no hubiese corrido especialmente bien, con una pésima salida cómo principal defecto, si no, sobre todo, en sus gestos y declaraciones post-carrera. Por primera vez, el fabuloso jamaicano parecía vulnerable… aunque, al fin y al cabo, sólo eran unas series, y los mejores no suelen mostrar apenas sus cartas en esas pruebas preliminares.

Sin embargo, las semifinales del sábado por la tarde dejaban otra señal más de que igual si había algo de cierto en eso que me había parecido vislumbrar el día anterior. El gran Usain volvía a salir mal, y aunque de nuevo remontaba a base de avanzar más rápido que nadie en la segunda mitad de la recta, con esa facilidad que le ha hecho famoso, llegaba a meta emparejado al estadounidense Coleman, y no me quedaba nada claro si no lo superaba porque no quería o porque no podía. Ver el nombre de Bolt en el segundo puesto de la tabla de tiempos previa a la final añadía, por tanto, otro punto de incertidumbre respecto al auténtico estado de forma del fenómeno caribeño. Porque, además, la amenaza de los dos estadounidenses, el novato Coleman y el odiado Gatling, era real.

SEMIFINAL DE LOS 100 METROS MASCULINOS CON BOLT - LONDRES 2017

De todas formas, una cosa son las series o las semifinales, y otra muy distinta es la final. Y más aun en un cien, una carrera en la que cualquier mínimo detalle es más decisivo. Por eso, cuando en la presentación de atletas Bolt se mostraba tan relajado y ‘showman’ cómo siempre, mientras, a su lado, el joven Coleman resoplaba nervioso, y un poco más allá, Gatling aguantaba los abucheos con gesto serio, pensaba que igual todo habían sido imaginaciones mías y el jamaicano iba a volver a vencer, recorriendo el hectómetro poco más de nueve segundos y medio con esa aparente sencillez que esconde a la perfección la extraordinaria dificultad de tal logro.

El silencio previo al instante clave de la salida era tan impresionante cómo siempre lo es en un estadio lleno de ruido y algarabía que, de repente, enmudece. Un silencio que hace aun más atronador el disparo con el que los atletas dan rienda suelta a sus piernas y los espectadores a sus emociones, los primeros en forma de unos poderosos apoyos iniciales con los que alcanzar, cuanto antes, su máxima velocidad, los segundos a base de gritos y gestos con los que arengar a sus ídolos. Y, una vez más, cómo en la serie y en la semifinal, Bolt salía mal mientras, a su derecha, Coleman arrancaba mejor que ninguno de los nueve competidores y Gatling, casi fuera del campo de visión de ambos, en la calle 8, también era de los que más deprisa dejaban atrás los tacos de salida.

Y aunque Bolt remontaba, su aceleración de mitad de carrera no era tan fulgurante cómo siempre. Con cada una de sus largas zancadas apenas si recortaba unos milímetros a los centímetros que le había sacado Coleman con su explosivo arranque. El joven norteamericano seguía por delante cuando la línea de meta estaba ya a apenas un paso… ¡iba a derrotar a Bolt! Pero ese último paso, esa zancada final y ese postrero impulso, echando el torso hacia delante para romper el invisible haz de luz de la célula fotoeléctrica, se les hacía eterno a ambos, tal vez incrédulos ante lo que estaba ocurriendo: el aspirante porque estaba a punto de ganar, el campeón porque veía que iba a perder. Y cómo si los dos se viesen frenados por una fuerza invisible nacida de su sorpresa ante el inminente e inesperado desenlace, a su derecha surgía en el último instante Gatling para rebasarlos y lograr la victoria que pocos querían que lograse... ¡el odiado proscrito había llegado el primero!

Justin Gatling, el atleta que había estado cuatro años suspendido por dopaje, tenía el honor de ganar en el último cien del rey de la distancia. El norteamericano rendía pleitesía al jamaicano con una reverencia y hacía un rápido mutis por el foro, consciente de que, aun siendo el vencedor, todas las miradas y los aplausos no eran para él si no para el hombre vestido de amarillo, aunque esta vez hubiese llegado tercero. Bolt no podía conseguir, en la que se supone habrá sido su despedida del cien, la vigésima medalla de oro en competiciones mundiales y olímpicas. Aun tendrá otra ocasión para lograrla, dentro de unos días en el relevo 4x100. Y, en todo caso, la añada a su colección o no, su historial y su carisma son tan extraordinarios cómo para que, gane o pierda, la suya vaya a ser la imagen más recordaba por la mayoría cuando concluyan estos mundiales que acaban de comenzar.

Muchos menos se acordarán, en cambio, de una delgada etiope, de nombre Almaz y apellido Ayana, que unos minutos antes de la esperadísima y mucho más mediática final del 100 masculino había conseguido un triunfo absolutamente extraordinario en la carrera de los diez mil femeninos. Una carrera que no pudo ser más diferente a la tensa batalla protagonizada la noche anterior por los hombres sobre la misma distancia. Si el viernes, el favorito, Mo Farah, se había acosado hasta muy cerca del final por sus rivales, el sábado, Almaz Ayana simplemente no tenía adversarias prácticamente desde el principio. Y no porque no las hubiese, que cantidad y calidad de atletas de gran nivel había en el amplio plantes de más de treinta competidoras que se aprestaban a iniciar las 25 vueltas a la pista cuando eran poco más de las ocho de la tarde en Londres. Pero ni su compatriota Tirunesh Dibaba, ni las keniatas ni ninguna de las demás tenían nada con lo que oponerse al ritmo imposible que Ayana propuso en cuanto se aburrió del paso algo cansino con el que se cubrieron los primeros giros.

FINAL DE LOS 10000 METROS FEMENINOS - LONDRES 2017

Su táctica volvió a ser la que ya había mostrado hace un año en los Juegos de Río, la menos sofisticada pero más eficaz si tienes su fuerza y su resistencia: acelerar y correr todo lo que queda de carrera más deprisa que el resto. Algo que debe de ser, imagino, el sueño de cualquier fondista: ser capaz de escaparse en cabeza y que nadie pueda alcanzarte por mucho que lo intente. Pasando cada vuelta en torno al minuto diez, completando cada mil en menos de tres minutos, Ayana fue abriendo hueco de forma imparable y sus rivales se convirtieron pronto en unas espectadoras más de su portentosa exhibición. Unas espectadoras privilegiadas cuando las doblaba y la veían pasar a una velocidad imposible para cualquiera de ellas pese a llevar cubierta una vuelta menos en ese momento. Una velocidad que no sólo no decrecía si no que iba aumentando hasta llevarla a cruzar la meta en poco más de treinta minutos y quince segundos, tres cuartos de minuto (¡y de vuelta!) por delante de su más impediata perseguidora, su compatriota Dibaba, que se imponía en los metros finales a la keniata Tirop en la pelea por la medalla de plata. Esa era la única lucha a la que había quedado reducida la carrera desde que Ayana ya la había ganado allá por la quinta o sexta vuelta… mientras las imágenes de televisión nos mostraban los últimos lanzamientos de la final de disco. Evidentemente, los mejores discóbolos también tienen derecho a que su pericia y su esfuerzo se vea reflejada en pantalla, pero ayer, incluso por encima de Bolt y Gatling o Coleman, o del fantástico saltador de longitud sudafricano, Luvo Manyonga, quien más brilló en el estadio olímpico londinense fue esa menuda etiope cuyo nombre, muy apropiadamente ya que hablamos de brillar, significa diamante en el idioma de su tierra natal.

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