Campeonato del Mundo de Atletismo – Londres 2017: Jornada 1
Farah y Bolt, Bolt y Farah, ellos dos eran reclamo más que suficiente para un inicio brillante de los mundiales de atletismo del 2017 en Londres. Noche con pinta de ser de lo más agradable en lo climatológico, estadio lleno, ambiente festivo en las gradas, especialmente en las zonas ocupadas por los siempre bulliciosos y coloristas aficionados jamaicanos, y un programa en el que la presencia del fabuloso velocista caribeño hacía cobrar protagonismo a unas series clasificatorias, las de los 100 metros lisos masculinos, convirtiéndolas en parte importante del espectáculo aunque, en realidad, no fuesen si no uno más de los aperitivos previos al auténtico plato fuerte de la velada, la final del diez mil.
La carrera de las 25 vueltas a la pista, la más larga de las que se disputan dentro de los confines del estadio, era lo que más nos apetecía ver de este arranque de mundial. Una prueba en la que apostar contra Farah era tirar el dinero. Desde 2011 no le gana nadie en una carrera de estas. El británico de origen somalí propone a sus rivales una ecuación poco menos que irresoluble. Si el ritmo es lento saben que los va a machacar con su final de mediofondista de élite, si es rápido son conscientes de que él puede correr tan deprisa o más que cualquiera de ellos, y hacerlo, además, durante más tiempo.
Pero, evidentemente, cuando se sale a competir no puede hacerse pensando que ganar es imposible, aunque probablemente lo sea. Y menos si eres un tipo del valor (¡o la temeridad!) del ugandés Cheptegei. Hace unos meses le habíamos visto intentar otro de esos imposibles: batir a la armada invencible de Kenia en el mundial de Cross. Con la motivación extra de competir en casa, el joven Joshua inició la carrera a ritmo suicida y consiguió dejar atrás a todos sus rivales… pero acabó pagando cara su osadía, se desfondó por completó y vio cómo, uno a uno, le superaban hasta veintinueve de ellos mientras él apenas podía seguir avanzando para alcanzar la meta en la trigésima posición. Unos meses después, ni mucho menos desalentado por aquel desastroso desenlace, ahí estaba de nuevo ese mismo alto y delgado atleta enfundando en la camiseta amarilla de Uganda, marcando un ritmo frenético nada más darse el pistoletazo de salida en el diez mil del estadio olímpico de Londres. Eso sí, aunque llegaba a escaparse unos metros, en compañía del ganador de aquel cross, el keniata, Kamworor, esta vez Cheptegei no se distanciaba tanto y la carrera no se rompía en mil pedazos. Pero aunque el ritmo decrecía algo en la segunda vuelta, después de un primer giro a ritmo de liebre contratada para buscar el record mundial, la mecha ya estaba encendida y la prueba seguía rápida… ¡muy rápida! Porque aun con el ugandés siendo esta vez no tan temerario cómo lo había sido sobre la hierba de Kampala, su osadía inicial tenía el efecto, no sé si espontáneo o tácticamente planeado, de servir de acicate al resto de atletas que soñaban con batir al que, enfundado en la elástica blanca del equipo británico, iniciaba la competición en los puestos de cola y hacía su primera aparición con una breve aceleración por calle 2 mientras arengaba a su público a la vez que ganaba algunas posiciones.
Enseguida, la carrera se convertía en una guerra de guerrillas. Nadie tomaba por completo la responsabilidad de marcar el ritmo pero muchos eran los que colaboraban en que siguiese siendo alto, muy alto… pero tremendamente irregular. Era cómo si los keniatas, los ugandeses, los etíopes y los eritreos estuviesen buscando una vía intermedia para tratar de batir a Farah. Si a ritmo lento nos va a matar en el sprint, si a ritmo rápido va a ser el único que lo podrá mantener hasta el final, ¿por qué no intentar algo diferente? Una especie de ‘acelerar-frenar’, con tirones que lo mismo permitían completar un cuatrocientos en apenas un minuto que llevaban el siguiente cerca de los setenta segundos.
Pero daba igual porque, ya se sabe, ‘lo que no puede ser no puede ser… y además es imposible’. Y, hoy por hoy, batir a Farah, en una final, en ‘su’ estadio, entra de lleno en el territorio de los imposibles. A falta de vuelta y media, cuando ya apenas quedaban nueve supervivientes en el grupo de cabeza, después de que el resto hubiesen ido cediendo tras tantos y tan consecutivos ‘palos’, el único de ellos vestido con camiseta blanca se ponía en cabeza. Su esperado movimiento era un ‘hasta aquí habéis llegado, lo habéis intentado, me lo habéis querido poder difícil... ¡pero se acabó lo que se daba!’. Y aunque Tanui intentaba replicar, alrededor de Farah había ya una especie de barrera de fuerza, la de sus incansables piernas, la de su infatigable corazón, que repelía cualquier intento de rebasarle. Al toque de campana, el británico seguía primero. Y aunque unos metros después rozaba el desastre, con un tropezón que a punto estaba de dar con su cuerpo sobre el tartán, nada podía ya detenerle. Tanui lo intentaba de nuevo en la recta de atrás, su compatriota Muchiri y el osado Cheptegei le seguían a apenas un par de pasos de distancia. Los tres continuaban pensando que aun era posible... pero en realidad no lo era. Nada más pisar la recta final, el imbatible líder del fondo mundial aceleraba aun más y ahí ya nadie tenía respuesta. Con el público vibrando y las pancartas de ‘Go Mo’ ondeando al viento del East End londinense, Farah cruzaba la meta exultante, con los brazos abiertos y extendidos, y lograba su tercer título mundial consecutivo en el diez mil. Cuatro décimas de segundo más tarde, un parpadeo y, a la vez, una eternidad, el temerario Cheptegei era finalmente segundo y conseguía la medalla de plata cómo merecido premio a su valor. Y para el obstinado Tanui quedaba la recompensa del tercer puesto, la medalla de bronce y haber sido el que más lejos había llegado en su desafío a lo imposible. Porque, efectivamente, era imposible ganar a Farah por mucho que lo hubiese intentado… y esta vez, tanto él cómo los demás, lo habían intentando más que nunca.
Minutos antes de comprobar que sigue siendo imposible vencer a Farah en una final de diez mil, la jornada inicial del mundial de Londres nos había dejado la sensación de que, tal vez, en esta ocasión no sea imposible batir a Bolt en la de los cien metros. Una sensación quien sabe si tan engañosa cómo la de batir a Farah alimentada por los africanos durante 24 de las 25 vueltas a la pista en la prueba de los diez kilómetros. Al fin y al cabo, unas series clasificatorias no son casi nunca de fiar a la hora de hacer pronósticos, especialmente uno tan aventurado cómo osar siquiera imaginar que alguien pueda correr el hectómetro más rápido que el fabuloso sprinter jamaicano. Pero bien es cierto que Usain arrancó fatal, quejándose luego incluso de la calidad de los tacos de salida, algo inusual en un tipo que hace del ‘buen rollo’ una de sus señas de identidad. Y aunque luego le bastaron dos o tres de esas poderosísimas zancadas suyas, en las que avanza más metros y más deprisa que nadie nunca haya hecho, sus gestos de negación al completar la prueba y las muy buenas sensaciones que habían dejado minutos antes el joven estadounidense Christian Coleman y su veterano (y ‘reinsertado’ pero no por ello menos vilipendiado) compatriota Justin Gatling, hacen pensar en que pueda existir un atisbo de posibilidad de que salte la sorpresa en la noche del sábado. Un aliciente más para ver la carrera más corta pero más intensa, la prueba de la velocidad pura, el espectáculo que Bolt, con si forma de correr y su manera de afrontarla y de mostrarse al público, ha convertido desde hace ya unos cuantos años en el momento cumbre de cualquier competición en la que toma parte. Y más aun en esta ocasión que, se supone, será la última… ¿podrá alguien con Bolt?