LA REINA NORUEGA DE NUEVA YORK

El magnífico crono de 2h05’47” logrado el 3 de diciembre en la maratón de Fukuoka del 2017 por el noruego Sondre Moen supone un nuevo record de Europa y es, además, la primera vez que un atleta del viejo continente completa los 42 kilómetros y 195 en menos de dos horas y seis minutos. Toda una hazaña que viene a ser algo así cómo la guinda a una temporada de auténtico dulce para los atletas del país nórdico, marcada por las excelentes marcas y buenos resultados de los hermanos Ingebritsen y, especialmente, por el tan inesperado cómo sensacional triunfo de Warholm en los 400 metros vallas del mundial de Londres.

Imágenes de la maratón de Fukuoka del 2017

Todo estos recientes éxitos de los atletas noruegos nos traen inevitablemente a la memoria a la que sin duda ha sido mayor figura del atletismo en el país nórdico, la fabulosa Grete Waitz, todo un icono de la maratón y el cross en los años 80. Un rápido repaso a los siempre fríos datos ya deja claro la grandeza de Grete: cinco veces campeona del mundo de campo a través, ganadora en nueve ocasiones de la maratón de Nueva York y en dos de la de Londres, primera campeona del mundo de la distancia más clásica, subcampeona olímpica en el estreno femenino de la ‘carrera de las carreras’, cuyo record mundial batió en cuatro ocasiones. Alcanzar uno sólo de cualquiera de esos éxitos sería ya el sueño para cualquier atleta. Conseguirlos todos superaría las más optimistas expectativas. Y ser capaz de lograrlos procediendo de un país que ni siquiera ahora, con los repetidos triunfos de sus sucesores masculinos, es una primera potencia atlética, eleva el palmarés de la noruega a categoría de reto poco menos que imposible de emular.

Pero, con ser prodigiosos sus logros, quizás lo más importante en el caso de Grete Waitz fue el modo en que los consiguió, con una sencillez y modestia que, mucho más aun que sus repetidas victorias, le granjearon la admiración y el respeto de todos. Porque, de hecho, cuando alguien vence de forma tan continuada lo más habitual es que acabe incluso por caer mal, por resultar antipático. Y nada más lejos de la realidad en el caso de la noruega, aclamada más y más cada año que volvía a Nueva York en busca de un nuevo triunfo en la carrera de la Gran Manzana y recibida siempre con cariño en sus numerosas apariciones públicas posteriores a su retirada de la competición activa, cuando siguió ligada al deporte que fue su vida inspirando a miles mujeres y a un buen número de hombres con su forma de ser y de transmitir su amor por el atletismo.

Vídeo homenaje a Grete Waitz del New York Road Runners Club

Una pasión que nació poco menos que sin querer, corriendo detrás de sus dos hermanos mayores por los campos y bosques de su Noruega natal, más preocupada por encontrar moras y bayas que por batir records y ganar carreras. A Grete le gustaba disfrutar del aire libre y la naturaleza, y correr era la forma más natural de hacerlo. Así que cuando su hermano mayor se apuntó a un club atlético ella no lo dudo y decidió seguir sus pasos. Con 12 años empezó a entrenar, más atraída al principio por las pruebas de velocidad, con la figura de la extraordinaria Wilma Rudolph y sus triunfos en los Juegos de Roma cómo ejemplo a emular. Pero la constitución física de la joven atleta, larguirucha y muy delgada, no era especialmente apropiada para el explosivo esfuerzo de los cortos sprints. A cambio, lo que no le faltaba eran ni resistencia ni determinación, cualidades más que adecuadas para competiciones de más distancia. Y eso, en aquella época de finales de los sesenta y principios de los setenta, significaba para las mujeres correr, cómo mucho, mil quinientos metros… prueba que se estrenaría en el programa olímpico femenino en los Juegos de Munich en 1972. Precisamente entre las participantes en aquella primera vez del ‘milqui’ para mujeres estuvo la joven noruega de 19 años, entonces conocida por su nombre de soltera, Grete Andersen, que había llegado a la distancia tras ganar sendos títulos nacionales junior en las dos anteriores: los 400 y los 800. Un temprano estreno que se saldó con una también temprana eliminación para Grete, después de acabar sexta en su serie clasificatoria, pero que supuso el primer paso de la que sería una larga y exitosa carrera internacional.

Dos años después, en el Campeonato de Europa celebrado en Roma, la noruega subió por primera al podio de una gran competición al ser tercera en la final de 1500. Grete ganó su serie clasificatoria y, en la final, fue la única de las atletas de nuestro lado del telón de acero que se mezcló hasta los últimos metros en la pelea por los metales contra las poderosas representantes de los países del este, con la Alemania Oriental Gunhild Hoffmeister a la cabeza de una carrera que concluyó séptima (y segunda ‘occidental’) una joven española de 19 años que daría también mucho que hablar en los años venideros: Carmen Valero.

De hecho, la fantástica atleta catalana precedería a la noruega en el palmarés de los mundiales de campo a través, con dos extraordinarios títulos, en los años de 1976 y 1977, que fueron la antesala del dominio ejercido por Grete (ya apellidada Waitz tras su matrimonio) en la máxima competición del cross. Una especialidad a la que llegó en su búsqueda de distancias más adecuadas a sus cualidades que las de pista, dónde tras el bronce del 1500 en Roma pasó al 3000, batiendo en 1975 el record del mundo, volviendo a rebajarlo al año siguiente y logrando, en 1977, la victoria en la primera copa del mundo de la IAAF, celebrada en Dusseldorf. Pero, pese a sus records, a Grete le seguía faltando potencia y explosividad para luchar con su delgado y estilizado cuerpo contra las cada vez más potentes y musculadas atletas germano orientales y soviéticas, que solían imponer su ley en los últimos metros de las tácticas carreras tan típicas de las grandes competiciones. Así le ocurrió en sus segundos Juegos Olímpicos, los de Montreal en 1976, dónde el 1500 era de nuevo la distancia más larga permitida para las mujeres. Y al igual que cuatro años antes, Grete no pudo alcanzar la final, aunque esta vez avanzó al menos hasta semifinales, quedando fuera del corte definitivo tras verse encerrada y no lograr abrirse paso en los últimos metros.

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Grete Waitz dominó el campo a través entre finales de los setenta y principios de los ochenta

En cambio, su ligereza y su estilo de correr, fluido y sin aparente esfuerzo, parecían hacerla flotar sobre el barro y le permitían deslizarse más deprisa que nadie sobre la hierba en las carreras de campo a través, en las que reinó de forma poco menos que incontestable durante casi una década. En los años que van del 1978 al 1984, Grete Waitz disputó siete mundiales de cross con una cosecha poco menos que inmejorable: cinco medallas de oro y dos de bronce. Y, además, de los cinco títulos, cuatro fueron consecutivos en sus cuatro primeras participaciones, las comprendidas entre Glasgow, en 1978, y Madrid, en 1981.

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La atleta noruega logró su quinto título mundial de cross en Gateshead en el año 1983

Pero con ser importantes, no fueron sus victorias en los caminos forestales las que hicieron más popular a la atleta noruega. Su auténtica fama llegó con el ‘boom’ de las maratones urbanas a finales de los años setenta. Y empezó casi de casualidad. Otro bronce en un europeo en pista, esta vez en la final de los 3000 metros de los campeonatos celebrados en Praga, a finales del verano de 1978, supuso más una decepción que una alegría para Grete. Definitivamente no había forma de ganar a aquellas atletas del este; cuando no eran las germanas orientales eran las soviéticas o las rumanas, pero siempre alguna terminaba por batirla a base de fuerza y potencia en otro apretado sprint. Aquel nuevo tercer puesto parecía la gota que colmaba el vaso. Estaba decidida a abandonar el atletismo y dedicarse por entero a su profesión de maestra de escuela. Pero entonces a su marido y entrenador, Jack, se le ocurrió una idea para animarla… ¿por qué no ir a la maratón de Nueva York y aprovechar el viaje para hacer turismo? Era una idea loca, Grete nunca había corrido siquiera una media maratón… ¡pero el atractivo de unas vacaciones en la Gran Manzana era demasiado grande!

Imágenes de la final de 3000 en el Campeonato de Europa de 1978

De todas formas, el plan parecía condenado al fracaso antes de empezar. Cuando Grete llamó a Fred Lebow, el organizador de la carrera, para inscribirse, una secretaria le respondió que tomaba nota de su petición pero, sintiéndolo mucho, ya no quedaban plazas libres para la edición de ese año… ¡su gozo en un pozo! Sin embargo, horas después sonó el teléfono en casa de los Waitz. Era Lebow. Había visto el nombre de Grete en las notas que le había dejado su asistente en la mesa del despacho y pensó que la noruega, dado su palmarés en pruebas de medio fondo y el hecho de ser la vigente campeona mundial de cross (había logrado su primer título de la especialidad en marzo de aquel año), podría dar juego en la carrera, aunque sólo fuese ejerciendo cómo liebre en los primeros kilómetros. Y así fue cómo Grete acabó viajando apenas unas semanas después a Nueva York, para disfrutar de unas vacaciones junto a su marido y, de paso, debutar en maratón sin haber entrenado nunca de forma específica para una prueba de tales características.

Mezclada con un anónimo dorsal 1173 de la categoría femenina entre los demás participantes que esperaban ansiosos la salida en las inmediaciones del puente de Verrazano, en un húmedo e inusualmente caluroso día de otoño de finales de octubre del 1978, pocos reparaban en aquella atleta alta y delgada, de pelo rubio recogido en cola de caballo, uno setenta y algo de estatura y menos de 55 kilos de peso. Sin embargo, poco más de dos horas y media después todas las miradas estaban puestas en la nórdica de camiseta blanca con franjas transversales con los colores de Noruega y ajustado ‘short’ rojo. Porque, aun pese a sufrir calambres desde poco más allá de la mitad del recorrido, superadas ya con creces las 12 millas (18 kilómetros) que era lo más que nunca había corrido de forma continua, Grete había decidido seguir adelante y no sólo llegaba a la meta de Central Park para terminar la maratón de su debut… ¡era la primera mujer en alcanzarla! Y más increíble aun… ¡¡batiendo en más de dos minutos el record del mundo!!

Había encontrado su distancia, la maratón se adecuadaba a la perfección a su económico estilo de correr, a su extraordinaria resistencia y a su tenaz caracter. Al año siguiente volvía a correr por esas mismas calles de Brooklyn, Queens, el Bronx y Manhattan, venciendo de nuevo en su segunda participación en la prueba. Con la misma vestimenta que doce meses antes, pero esta vez con el dorsal ‘F1’ que la acreditaba cómo vigente ganadora, la tímida y poco habladora noruega volvía a ser la primera en llegar a meta. Y lo hacía, además, en casi cinco minutos menos de tiempo que el año anterior. Si en su debut había terminado en 2h32’29”, ahora, con más experiencia en la prueba, pulverizaba su anterior registro y establecía otra nueva plusmarca mundial, esta vez con 2h27’33”, siendo además la primera mujer que rompía la barrera de las dos horas y media.

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Grete Waitz preparada para tomar la salida en su segunda maratón de Nueva York, la de 1979

Doce meses después la historia se repetía… ¡y de qué modo! Aunque no lo decía, porque no era de esos atletas dados a presumir o a lanzar grandes proclamas, Grete sabía que podía correr aun más rápido. Enfundada esta vez en un atuendo muy diferente, una camiseta azul de manga larga, pero con su mismo estilo fluido de siempre, volvía a ser la primera mujer en llegar a meta, superando en el camino a hombres tan famosos cómo el legendario Lasse Viren, y lograba su tercera victoria consecutiva, acompañada de nuevo por el record mundial tras parar los dígitos del crono situado sobre el arco de llegada en 2h25’41”. La cada vez más conocida y aclamada atleta venida de la lejana Noruega había cubierto los 42,195 kilómetros por las calles de Nueva York cerca de dos minutos más deprisa que en su triunfo de 1979.

Imágenes de la maratón de Nueva York de 1984

A este triplete de victorias y records en tres ediciones consecutivas, le seguirían otros seis triunfos más en la maratón más famosa del mundo, convertida poco menos que en el pasillo de su casa para la sencilla y tímida nórdica. Del 82 al 86 sumó cinco victorias consecutivas más, y en el 88 elevó su extraordinaria cuenta a nueve triunfos, una cifra a la que nadie se ha acercado y que se antoja imposible de alcanzar. No importaba que hiciese sol, cómo en las ediciones de 1982, 1984, 1985 y 1988, que estuviese nublado, cómo en la de 1986, o que la lluvia mojase las calles, cómo en la carrera de 1983. Cada vez que se corría la maratón de Nueva York en los años ochenta pronto se destacaba por delante de todas aquella delgada atleta, de largas piernas, paso seguro y correr tan sencillo cómo su carácter. Sus rivales enseguida quedaban atrás, viendo cada vez más lejos su característica cola de caballo rubia moviéndose de un lado a otro, cómo un diapasón que marcaba un ritmo imposible de seguir para ellas. Un ritmo acompasado y perfecto, que Grete mantenía con esa difícil facilidad que sólo los mejores son capaces de lograr en cualquier actividad deportiva o artística.

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Grete en la 1ª avenida, camino de su novena victoria en Nueva York

Además, Grete ganaba siempre con discreción, sin declaraciones altisonantes, con una tímida media sonrisa en su eternamente juvenil rostro. Un gesto con el que casi parecía pedir disculpas por haber vuelto a vencer, pero que no dejaba de ser una expresión sincera del modo en que se tomaba la competición: cómo un reto sobre todo contra si misma y sus límites, sin importarle tanto el puesto en que llegara a meta por mucho que, obviamente, quisiese ser la primera en hacerlo. Por eso cuando en el estreno olímpico (¡¡por fin!!) de la maratón femenina en los Juegos de Los Ángeles, en 1984, se tuvo que conformar con la medalla de plata, sorprendida por el tempranero ataque de Joan Benoit, de su boca no salió excusa alguna, aun cuando unas molestias de espalda no le habían dejado rendir al cien por cien. Al contrario, felicitó a su rival y se mostró tan satisfecha en el segundo escalón del podio cómo si hubiera ganado. Al fin y al cabo, había dado el máximo y si otra atleta terminó delante fue porque ese día había sido mejor que ella, no tenía problema alguno en reconocerlo.

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La noruega en el segundo peldaño del podio olímpico de maratón en Los Ángeles 1984, junto a la ganadora, Joan Benoit, y la tercera clasificada, Rosa Mota

Y aunque no tuvo el honor de ganar la primera medalla de oro olímpica de maratón, suyo ya era desde un año antes el de haberse convertido en la primera campeona del mundo en la distancia más histórica y emblemática del atletismo. La maratón había sido incluida por la IAAF en el programa femenino de los primeros mundiales, celebrados en Helsinki durante el verano de 1983, y Grete se había impuesto con rotundidad, ganando con más de tres minutos de ventaja. La de aquel mundial fue, además, una de sus numerosas victorias en un año extraordinario, con su quinto triunfo en Nueva York y un debut perfecto en la maratón de Londres, al estilo del que había tenido cinco años antes en la Gran Manzana, con primera posición y un tiempo de 2h25’29” que era nuevo record mundial. Un registro que rebajaría en su siguiente triunfo en Londres, logrado tres años después, en 1986, aunque entonces el tope mundial ya no era suyo, se lo había arrebatado en ese mismo escenario otra noruega, Ingrid Krinstiansen, una extraordinaria atleta que, cómo muchas de su generación, creció a la sombra de la inigualable Grete, y cuyo palmarés, con ser magnífico, palidece ante el de su ilustre compatriota.

Imágenes de la maratón femenina en el campeonato del mundo disputado en Helsinki en el año de 1983

Porque, en realidad, cualquier historial se queda corto ante la cantidad y calidad de victorias y records que Grete Waitz atesoró sin parar a lo largo de casi dos décadas en la alta competición, de la que se retiró a finales de los 80, sin saber que aun le quedaban por afrontar las dos pruebas más duras de su vida. A mediados del 1992 el teléfono sonaba en casa de los Waitz con Fred Lebow al otro lado del hilo, cómo en aquella llamada de catorce años antes con la que había empezado el largo idilio de Grete con la carrera de la Gran Manzana. El organizador de la maratón de Nueva York había vuelto a pensar en Grete cómo liebre para su carrera. Pero esta vez se iba a tratar de una liebre muy especial y muy personal. Lebow sufría un tumor cerebral, quería despedirse de su prueba completándola una vez más... y para esa última maratón deseaba que la nueve veces ganadora le acompañase a lo largo de todo el recorrido.

Así que el 1 de noviembre de 1992 la ya ex-atleta estaba una vez más en la salida de la maratón neoyorquina para cubrir de nuevo esos 42 kilómetros y 195 metros por las calles en las que había ganado en nueve ocasiones. Esta vez, más que nunca, sí que lo de menos era el puesto o el tiempo, lo importante era completar la carrera junto al hombre que había ideado esa mágica competición y, además, se había convertido con el paso del tiempo en un amigo entrañable. Sería la maratón más larga, emotiva y dura de Grete, que no se separaría ni un instante de aquel entusiasta sexagenario cuyo sueño de organizar una carrera que uniese todos los barrios de su ciudad había cambiado su vida y la de tantos otros. Ambos corrieron, trotaron, caminaron, hasta se pararon en más de una ocasión para que Fred reposara y lograse cruzar la meta. Y cuando finalmente lo hicieron, más de cinco y horas y media después de haber tomado la salida, las lágrimas de emoción no sólo cubrían sus ojos si no, también, las de cientos de miles de neoyorquinos que les aclamaron y animaron con tanto o más fervor que cuando gritaban ‘Go Grete’ en las carreras victoriosos de la atleta noruega.

Fred Lebow y Grete Waitz terminando la maratón de Nueva York de 1992

Dos años después, en 1994, Lebow sucumbía a la enfermedad. Y once más tarde, en el 2005, se conocía la noticia de que Grete Waitz sufría un cáncer. Pese a ello, seguía adelante con su labor de promoción del deporte, a la que añadía una muy activa presencia en actividades benéficas relacionadas con la lucha contra el terrible mal que padecía y al que estaba decidida a vencer. Pero ni siquiera una luchadora infatigable cómo ella podía salir triunfante de esta última prueba, que terminaba con su fallecimiento, el 19 de abril del 2011, a los 57 años de edad, justo el día después de la maratón de Boston, precisamente una de las muy escasas grandes carreras en las que no logró la victoria esta fabulosa atleta, en cuyo recuerdo pesan tanto su extraordinaria serie de triunfos cómo su inspiradora forma de conseguirlos y de vivir.

MÁS INFORMACIÓN:

Grete Waitz. A Life in the Lead – artículo sobre Grete Waitz en el 'hall of fame' del New York Road Runners Club

Grete Waitz. Norwegian athlete - entrada sobre Grete Waitz en la Enciclopedia británica

First ladies of running - Libro de Amby Burfoot con un capítulo dedicado a Grete Waitz.

Grete Waitz, corredora de leyenda – reportaje sobre Grete Waitz en la web 'mujeres riot'

Grete Waitz reflects on her, & Fred Lebow's, last NYC Marathon - artículo publicado en el Daily News con comentarios de Grete Waitz sobre su maratón de Nueva York del 92 junto a Fred Lebow.

Grete Waitz, Marathon Champion, Dies at 57 – obituario de Grete Waitz publicado en el 2011 en The New York Times

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