45 AÑOS PARA ROMPER LA BARRERA DEL 13 EN LOS 5000

En la mayoría de los casos, un número no debería significar más que otro. Sin embargo, por diferentes razones, es habitual obsesionarnos con determinadas cifras y acabar dándoles una importancia mayor del que objetivamente tienen. Es algo que ocurre en todos los ámbitos de la vida y que, si cabe, tiene aun más reflejo en deportes como el atletismo. No en vano, se trata de una actividad en la que las distancias a recorrer y, especialmente, las marcas que se obtienen en ellas, son números que trascienden el mero valor matemático para acabar convirtiéndose en objetivos a alcanzar, en logros a superar o en barreras que romper.

Si hablamos de distancias, para cualquier persona el 42,195 no deja de ser una cifra con tres decimales como otra cualquiera, que bien podría representar el peso, expresado en kilos y gramos, de algún objeto de un cierto volumen. Pero, obviamente, para muchos atletas esos cinco números, separados por una coma, son ‘la carrera de las carreras’, la mítica maratón. Y lo mismo pasa, si hablamos de distancias a recorrer, con otros números como el 100, el 800, el 1.500, el 10.000 o cualquier otro cuya única mención, si se hace en el ámbito atlético, basta para saber de que tipo de pruebas estamos hablando, sean estas de velocidad, mediofondo o fondo, en pista o en ruta.

Pero más aun que las cifras con las que se identifican las diferentes carreras, los números más relevantes para cualquier atleta son otros. Los números que de verdad importan son los que aparecen en el marcador o en el reloj cuando cruzan la meta, los que indican el tiempo transcurrido desde que han tomado la salida, los que le dicen si ha sido más rápido o más lento que sus rivales o que si mismo anteriormente. Y entre esos números también los hay que, a lo largo de la historia del atletismo, han tenido o siguen teniendo más relevancia que otros, bien sea por lo impensable que resultan cuando se logran (como aquel ‘imposible’ 8.90 de Bob Beamon en el salto de longitud), o porque representan metas que, en determinados momentos, parecen inalcanzables y, precisamente por ello, motivan aun más a quienes las persiguen.

En el caso de estos últimos, hoy día hay un 'número mágico', el 2, asociado a las horas que se tardan en completar la maratón. Una barrera que se antoja inalcanzable si se tiene en cuenta que el record actual está aun casi tres por encima, pero que, precisamente por ello, se ha convertido en todo un reto, con el añadido de las connotaciones publicitarias como atractivo adicional para perseguirlo aun a sabiendas de que, muy probablemente, no esté al alcance a corto o medio plazo.

Pero antes hubo otros que también parecían inviables, desde el 10, en segundos, como tope a franquear por los velocistas del hectómetro, hasta el 4, en minutos, que persiguieron durante años los mediofondistas para cubrir la única distancia en la que el nombre de la unidad de medida siempre ha tenido más valor que cualquier cifra, la milla. En ambos casos no faltó quien dijera que eran barreras infranqueables, situadas más allá de los límites humanos y que, por tanto, nunca nadie sería capaz de rebasarlas. Naturalmente, se equivocaron, porque el progreso en entrenamiento, alimentación, medicina deportiva y materiales de zapatillas, ropa y pistas no se detiene y, poco a poco, o a veces más de repente, las barreras acaban cayendo, derribadas por el ímpetu de quienes luchan por superarlas o, simplemente, porque el paso del tiempo las va desgastando hasta hacerlas caer casi sin que se busque, por la propia inercia de esa imparable progresión que se va produciendo en las marcas de cualquier competición a medida que pasan los años.

Diría que precisamente esto último fue lo que ocurrió con una barrera asociada a un número, el 13, cuyo significado como cifra de mal fario en buena parte de la cultura occidental, no impidió tampoco que acabase siendo derribada. Me refiero a los 13 minutos para completar los 5000 metros en pista al aire libre. Una marca que pareció lejana durante mucho tiempo, y a la que se llegó luego casi de golpe, para quedarse a un paso durante unos cuantos años más, pero que, una vez rebasada, pronto se dejó atrás con tanta o más rapidez que las anteriormente mencionadas de los 10 segundos en el 100 o los 4 minutos en la milla, auqnue, en todo caso, y al igual que las anteriores, el 13 en los 5000 también siga siendo una buena referencia para saber si un atleta es de los que corren deprisa en la distancia.

El primero en poner el 13 en el record de los cinco kilómetros fue el sueco Gunder Hägg, un especialista en la milla que rompió la anterior barrera en las plusmarcas de la distancia, la de los 14 minutos, con un registro de 13:58.2 logrado en Goteborg en 1942. Un logro que, dada la fecha de su consecución, pasó, lógicamente más que desapercibido para la mayoría, más preocupados todos por los desastres de la segunda guerra mundial, que estaba en pleno y terrible apogeo. Terminada la larga contienda, el siguiente recordman de la distancia si que tuvo mucho más reconocimiento, no en vano fue uno de los atletas más famosos entonces y cuyas hazañas más han perdurado en la memoria de cualquier aficionado a la historia del atletismo: el checo Emil Zatopek.

Nueve años después del final de la guerra, y a doce de distancia del record Hägg, la ‘locomotora humana’ lo rebajó en un segundo… para ver como, apenas tres meses después, se lo arrebataba otra auténtica leyenda atlética de los países del este en las primeras décadas del ‘telón de acero’, Vladimir Kuts. En los dos años siguientes, el soviético, espoleado por la competencia de otros tres efímeros recordmans de la distancia (los británicos Chris Chataway y Gordon Pirie, y el húngaro Sandor Iharos, este por dos veces) y, según cuentan, por la ingesta de alguna que otra sustancia cuando menos sospechosa, le daría sucesivos ‘mordiscos’ al record del cinco mil, dejándolo en veinte segundos menos con el 13:35.0 que logró precisamente un día 13, en Roma, durante el mes de octubre de 1957.

Tendrían que pasar ocho años para que alguien pudiera correr las doce vueltas y media a la pista más deprisa que el ruso de triste destino. Mientras Kuts, sumido en el alcohol, era ya la sombra del fibroso atleta que había asombrado en las pistas de medio mundo en los años cincuenta, Ron Clarke, un espigado australiano de más de 1,80 de estatura, superaba por fin el registro del soviético, y lo hacía, además, tres veces a lo largo del mismo año, el de 1965. En la última de ellas, a principios de junio, en la localidad estadounidense de Compton, Clarke bajaba por primera vez de los trece minutos y medio para detener el cronómetro en 13:25.8. Y poco más de un año después, en julio de 1966, el ‘aussie’ era también el primero en correr los ‘cincomil’ por debajo de 13:20, con un tiempo de 13:16.6 que le devolvía a lo alto de la tabla en la distancia, lugar del que le había desplazado durante unos meses el primer africano en aparecer en ella, Kipchoge Keino, todo un precursor de lo que llegaría el siglo siguiente.

Hubo que entrar en otra década, la de los setenta, para que alguien lograse batir la magnífica marca del australiano. Y quien lo hizo fue alguien de similares características: alto (1.80m), delgado y de raza blanca, Lasse Viren. El fabuloso finlandés lo consiguió por el exiguo margen de dos décimas pero, eso si, en el mejor escenario posible, la final de unos Juegos Olímpicos, los de Munich en 1972, dónde protagonizó su fabuloso doblete de medallas de oro en los cinco y los diez kilómetros. Dos medallas que nadie le arrebataría jamás, lo que no se puede decir de su record, que le duró apenas una semana, ya que, seis días después, el belga Emil Puttemans, que había sucumbido ante el poderío del nórdico en la carrera de la cita olímpica, se ‘vengaba’ poniendo el ‘doble trece’ en la plusmarca de los cinco kilómetros para dejarla en un 13:13.0 poco apropiado para supersticiosos.

Como si nadie se atreviese a hacerlo, se tardó un lustro en romper tan cabalística cifra. Y quien finalmente lo consiguió, el neozelandés Dick Quax, lo hizo justo por lo mínimo posible entonces, cuando el cronometraje era manual y aun no se contabilizaban las centésimas… por una décima de segundo. Una vez dejado atrás ese doble ‘doce más uno’, el siguiente salto ya acercó lo suficiente el record a la barrera de los trece minutos como para empezar a pensar en que era posible el reto que suponía rebasarla. Para ello había que bajar primero del 13:10, lo que logró, por dos veces, el segundo africano de esta lista, Henry Rono. El prolífico keniata, capaz en 1978, año de su primer record en el 'cincomil', de conseguir también las plusmarcas de los diez mil, los tres mil lisos y los tres mil obstáculos, parecía el más capacitado para ser quien bajase de los tres minutos en los cinco kilómetros. Pero, aunque participó en la carrera que dejó el objetivo más cerca que nunca, no fue Rono quien se impuso en aquella prueba y situó, definitivamente, los 13 minutos como siguiente reto a superar por los atletas del cincomil.

Anochecía ya sobre Oslo cuando los participantes en la carrera que cerraba el programa del prestigioso ‘meeting’ de los ‘Bislett Games’ de 1982 esperaban el pistoletazo de salida. Los favoritos eran Rono y su compatriota Koech, que venían de quedarse cerca del record la semana antes, en Estocolmo, cuando ambos habían corrido por debajo del 13:10, aunque sin llegar a batir el 13:06.20 logrado por el primero de ellos un año antes en otra ciudad noruega, Knarvik. Pero pronto emergía del grupo no la esperada figura de piel oscura y corto y rizado pelo negro de un keniano, sino la de un atleta de tez pálida enfundado en la camiseta celeste del club de atletismo de Coventry. Se trataba del británico Dave Moorcroft, uno de los más destacados mediofondistas del Reino Unido en la segunda década de los 70, finalista olímpico en los 5000 de Moscú 80, pero a quien las lesiones parecían haber alejado ya de toda opción a estar entre los grandes. Sin embargo la realidad no era esa, Moorcroft, estaba dispuesto a volver, y había entrenado más y mejor que nunca tras recuperarse de la operación quirúrgica en sus gemelos sufrida a finales del año anterior. Del quirófano había surgido un nuevo Moorcroft, más fuerte y más decidido que nunca, hasta el punto de cambiar incluso su personalidad. Nada de seguir siendo aquel buen chico al que todos apreciaban pero que luego se quedaba a las puertas de los grandes éxitos. Si para lograrlos era necesario ser egoísta, agresivo, hasta desagradable con los demás y consigo mismo, lo iba a ser.

Este nuevo Moorcroft, tan concentrado en su preparación como para no pensar en otra cosa, tan obsesionado con mejorar para llegar a autodefinirse masoquista en su modo de entrenar, que afrontaba como si fuese necesario castigar a su anterior yo por la derrotas previas, salió a la carrera de Oslo con la idea de rebajar su registro personal en la distancia, que era de 13:20.51, y tratar de establecer un nuevo tope británico, para lo cual debía superar el 13:14.6. Su entrenador, John Anderson, que le había visto ‘machacarse’ sin piedad en los entrenos, era más optimista y le decía que la barrera de los 13 minutos, y el subsiguiente record mundial, estaban también en sus piernas. Moorcroft no lo creía, y menos aun cuando la carrera arrancaba mucho más lenta de lo esperado. En teoría, los dos keniatas iban a ir a por el record del mundo, pero nadie se decidía a marcar el fuerte ritmo necesario ya desde los primeros metros. Así que, tras unos instantes de duda, el británico decidía ser él quien tomara la iniciativa. Aunque no era un atleta de los que gustan liderar desde los instantes iniciales, y hasta se ‘asustaba’ del 61.3 con el que completaba la primera vuelta, claramente más rápido que el 64 por giro que se había marcado, lo que le hacía ralentizar algo en la segunda, su cuerpo pronto empezaba a desmentir a su mente: podía correr más deprisa de lo que tenía previsto y, tras una segunda vuelta ‘lenta’, en 65.8, volvía a bajar hasta el 61 en la siguiente y empezaba a descolgar, uno a uno, al resto de competidores.

Con el público animándole a base de rítmicas palmas, Moorcroft pronto se quedaba solo en cabeza mientras continuaba a un ritmo mayor del que ni él mismo sospechaba. Al paso por el 3000 el tiempo era de 7:50, un registro que, proyectado al total de los cinco kilómetros, significaba los 13 minutos exactos. El imposible ya no lo era tanto. El atleta de Coventry seguía su rítmico correr, alentado por la multitud, y cuando sonaba la campana de aviso de la última vuelta veía las cifras 12:02 en el marcador del estadio y era, por fin, consciente de que el record mundial, no solo el británico, estaba a su alcance. Tenía que completar el último giro en menos de 64 y estaba yendo definitivamente mucho más deprisa. Tanto como cubrir esos 400 metros finales en apenas unas centésimas por encima de los 58 segundos y detener el crono en 13:00.41… ¡nuevo record del mundo!

VÍDEO DE LA CARRERA DEL RECORD DE MOORCROFT EN OSLO, 1982:

De golpe, la barrera de los 13 minutos estaba ahí, al alcance de la mano (o, mejor dicho, las piernas) de los mejores atletas. Sin embargo, bajar esas apenas cuatro décimas que faltaban iba a llevar mucho más tiempo del que se podía esperar entonces a la vista de la demostración de Moorcroft en una carrera, además, en la que no se habían utilizado liebres y que el británico había liderado en solitario prácticamente de principio a fin.

De hecho, tendrían que pasar tres años para la consecución de un nuevo record. Y el escenario iba a ser el mismo, el estadio Bisslett de Oslo. El veintidós de julio de 1985 la capital noruega volvía a proponer un 5000 de primera calidad, en el que destacaban Said Aouita, el atleta llamado a convertirse en la gran estrella del mediofondo y el fondo mundial de la década de los ochenta, y Sydney Maree, recordman de los 1500. El marroquí ya había logrado el oro de la distancia de los cinco kilómetros en los Juegos de Los Ángeles, celebrados el verano anterior, y se encontraba en plena forma. Pero el estadounidense nacido en Sudáfrica no estaba dispuesto a ponérselo fácil. Cuando ambos se quedaban solos en cabeza, Maree lanzaba su ataque a la vez que se escuchaba el toque de campana del giro final, que ambos cruzaban con un crono tres segundos peor que el de Moorcroft tres años antes. Pero ese largo sprint entre el norteamericano y el africano iba a hacer que este acabase completando una fabulosa última vuelta. Aouita respondía al cambio de ritmo de Maree, se pegaba a él, no cedía ni un metro y tenía aun valor y fuerzas para ‘subir una marcha más’ en la última curva, superar a su rival por el exterior y lanzarse camino de la recta final en cabeza para acabar cruzando la línea de meta en 13:00.40, justo una centésima de segundo por debajo del tope universal. El entregado y entendido público de Oslo había sido testigo de la consecución de otro record mundial en los cinco mil metros… ¡aunque la barrera de los 13 minutos seguía sin caer!

VÍDEO DE LA CARRERA DEL PRIMER RECORD DE AOUITA, OSLO 1985:

Pero, evidentemente, ya no podría durar mucho más, pese a que aun resistiría otro par de temporadas. En la de 1987, Aouita era ya la máxima referencia no sólo en los cinco kilómetros. Suyos eran también los records del 1500 y del 2000… y el del 3000 se le había escapado unos meses antes por apenas 44 centésimas. Si alguien podía ser el primero en bajar de los 13 minutos para completar las 12 vueltas y media a la pista ese era el enjuto norteafricano de correr fluido y orgulloso carácter. Un logro más que añadir a su ya larga lista de éxitos, que conseguía en una cálida noche de verano en Roma, el 27 de julio de 1987. Se disputaba la Golden Gala y Aouita estaba en plena madurez competitiva a sus 26 años, con el mundial, que se disputaría poco después en la capital italiana, como objetivo y con los cinco mil como territorio de caza predilecto para aquella campaña.

La carrera del meeting de oro se presentaba, por tanto, como un aperitivo ideal antes del asalto a la segunda medalla del dorado metal en la distancia de los cinco kilómetros. Además, el marroquí contaba con la ayuda de dos liebres, su compatriota Brahim Boutaib y el tunecino Fethi Baccouche. El primero de ellos, medalla de plata en el mundial Junior disputado en Atenas el año anterior, se encargaba de ‘encender la mecha’ pasando el primer kilómetro en 2:35.35 y el segundo en 5:13.03, algo menos de un segundo mejor que el tiempo de paso de la carrera record de Aouita dos años antes… pero unas décimas peor que los primeros dos mil metros de Moorcroft en 1982.

Nada estaba aun decidido pero el camino al nuevo tope mundial se empezaba a despejar cuando la segunda liebre, Baccouche, tomaba el relevo del ya agotado Boutaib y marcaba un rápido tercer kilómetro con el que se llegaba al tres mil ya claramente por debajo de los parciales logrados en las dos carreras que más habían acercado a su ganador a la barrera de los 13 minutos.

VÍDEO DE LA CARRERA DE ROMA 1987 EN LA QUE AOUITA BAJÓ DE LOS 13 MINUTOS

Pero aun faltaba lo más duro, restaban dos kilómetros, de los que, una vez retirado Baccouche tras cumplir con su cometido, Aouita debía recorrer en solitario alrededor de mil seiscientos metros. Algo más de cuatro vueltas sin más apoyo que los ánimos del público y en las que tenía que mantener ese endiablado ritmo al que le habían llevado sus compañeros en el equipo de llamativas camisetas amarillas, sobre las que destacaba la marca de una conocida ginebra de fabricación española. Los comentaristas que narraban la prueba para TVE dudaban que lo lograse, basándose en que el marroquí les había dicho encontrarse cansado durante el viaje a la ciudad eterna. Pero, pese a todo, el ritmo de Aouita apenas decaía algo al paso por el 4000, tras un kilómetro algo más lento que, aun así, le seguía manteniendo ampliamente por debajo del record. Y aunque su 'mil' final, en 2:32.34, estaba lejos del explosivo 2:28,24 con el que, espoleado por el ataque de Maree, había culminado el cincomil del 85, y tampoco era mejor que el 2:31.7 del envalentonado Moorcroft camino de un record que no esperaba en aquella ya lejana carrera del 82, era más que suficiente. El reloj del estadio de Roma se paraba en 12:58.39 y Aouita se convertía en el primer hombre en correr los cinco kilómetros por debajo de los trece minutos.

Por fin se había logrado quitar el 13 de la lista de tiempos del 5000. Se había roto una más de esas simbólicas barreras numéricas que hacen que una marca adquiera, tal vez injustamente, más relevancia que otras de igual o superior valor. Porque, después de todo, no podemos evitar darles a los números, a ciertos números, más significado del que realmente tienen. Y más si se trata de uno con tan mala fama como el que desde hace mucho tiempo se considera ligado a la mala fortuna en el, en teoría, menos supersticioso y más racional occidente.

MÁS INFORMACIÓN:

Men's world records in the 5000-meter run, as recognized by the IAAF – artículo de Mike Rosenbaum sobre los records en el 5000 a lo largo de los años

5000m World Record Splits: A Progression – post en el foro 'letsrun' sobre la progresión del record y sus parciales cada mil metros

David Moorcroft profile – artículo sobre el atleta británico publicado en la web 'racingpast'

Aouita smashes 13-minute barrier for 5,000 Meters – noticia de Associated Press sobre el record de Aouita en 1987

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