EL MANILLAR DE TRIATLETA QUE DECIDIÓ UN TOUR DE FRANCIA

El de 1989 iba a ser ‘el Tour de Perico’ más aun incluso que el de 1988. El segoviano se presentaba en Luxemburgo, ciudad de salida aquel año de la ronda gala, como vigente ganador de la prueba y después de una temporada en la que había conseguido su segunda Vuelta a España… y hasta había brillado en las clásicas de primavera, con un notable cuarto puesto en la Lieja-Bastogne-Lieja.

Además, Delgado afrontaba la cita más importante del calendario ciclista internacional en plena forma y con la moral a tope, muy motivado en busca de un segundo triunfo consecutivo en ‘la Grande Boucle’ que tendría, si cabe, más valor que el primero por la presencia en el pelotón de otros tres ganadores de la prueba, Greg Lemond, Laurent Fignon y Stephen Roche, como rivales que añadir a los que habían sido sus principales antagonistas el año anterior, los holandeses Steven Rooks y Gert Jan Theunisse.

Sin embargo, el español poco menos que perdía antes de empezar aquel Tour que debía haber ganado. Un increíble despiste, mientras llevaba a cabo el calentamiento previo a la corta prólogo contra el crono individual que abría la competición en las calles de la capital luxemburguesa, le hacía tomar la salida con un retraso de dos minutos cuarenta segundos. El portador del maillot amarillo concluía último, con casi tres minutos perdidos respecto al resto de favoritos. Una distancia que se duplicó y algo más al día siguiente, en una caótica contrarreloj por equipos para su escuadra, el Reynolds, cuyos componentes se vieron obligados a esperar en varias ocasiones a su líder, totalmente descentrado y exhausto después de una noche sin dormir, dándole vueltas en la cabeza al imperdonable fallo del día anterior.

Aun así, ‘Perico’ no era de los que se rendían fácilmente y, una vez superado el traumático arranque de carrera, su rendimiento fue ya de primer nivel en la siguiente etapa con trascendencia para la general, la contra reloj individual de Rennes. En su largo recorrido de 71 kilómetros sólo fue superado por Lemond, que se impuso con 24 segundos de ventaja sobre el segoviano y se enfundó el maillot amarillo justo cuando llegaba el turno de la montaña con las etapas pirenaicas.

Al primer contacto con las exigentes rampas de los míticos ‘cols’ que separan Francia de España, Lemond llegaba como líder, seguido de Fignon, a sólo cuatro segundos, mientras que Delgado estaba muy lejos en la general, a casi siete minutos de los dos ciclistas que, pese al intento de remontada del segoviano, iban a luchar por aquel Tour hasta el último kilómetro de la jornada final en París dos semanas después.

Pero no adelantemos acontecimientos. Previamente, durante unos cuantos días, ‘Perico’ mantuvo la esperanza de que volver a estar en la pelea por la victoria era posible. Especialmente cuando arrancó con fuerza en el Tourmalet y se plantó en la meta de Superbagneres junto con Robert Millar, con casi tres minutos y medio de ventaja sobre Fignon y algunos segundos más respecto a Lemond, que cedía el preciado maillot amarillo al galo. La diferencia con el nuevo líder era ya de ‘sólo’ dos minutos y cuarenta y ocho segundos, ni más ni menos que el tiempo cedido en el desastre del prólogo luxemburgués.

Además, en los Alpes, Delgado seguía recortando distancias. En Orcieres-Merlette le limaba otros ocho segundos a Lemond, y casi un minuto a Fignon, que perdía el liderato en favor del estadounidense. Y en Alpe d’Huez no lograba despegar de su rueda al francés, llegando ambos algo más de un minuto antes que Lemond, lo que dejaba la general todavía más comprimida, de nuevo con Fignon como líder, Lemond en la segunda plaza, a veintiséis segundos, y Delgado en la tercera, ya a menos de dos minutos. Pero el terreno, y las fuerzas, se le estaban terminando al español, que en el último asalto montañoso del recorrido, la etapa con llegada en Villars de Lans, no podía aguantar el último envite de Fignon, que se escapaba en pos de la victoria y de consolidar su maillot amarillo. El francés ganaba con veinticuatro segundos de ventaja sobre un selecto grupo en el que iba Lemond y del que Delgado se descolgaba en última instancia, perdiendo nueve segundos más. A falta sólo de la contrareloj con la que el Tour iba a acabar aquel año en París la suerte parecía estar ya echada: Fignon era líder, Lemond le seguía a cincuenta segundos, y Delgado era tercero, a casi dos minutos y medio.

Todo estaba preparado en los Campos Elíseos, la ‘Avenida del Tour de Francia’, para una total apoteosis gala, con el tercer triunfo de Fignon, logrado, además, en el año que conmemoraba el bicentenario de la Revolución Francesa. El siempre peculiar ciclista de las gafas y la larga melena rubia, sujeta en una coleta, iba a culminar una extraordinaria temporada de retorno a la cumbre, añadiendo a su reciente victoria en el Giro un nuevo Tour, cinco años después del anterior, logrado en 1984 cuando había reeditado su exitoso debut del 83. Quedaban sólo por disputarse apenas 25 kilómetros, y aunque Lemond era mejor contra el crono, necesitaba recuperar dos segundos por kilómetro para enjugar los 50 que le separaban de Fignon.

Pero el estadounidense no tenía nada que perder. Para él ya era todo un logro no sólo llegar a la etapa final del Tour en la segunda plaza sino, simplemente, haber vuelto a competir después de aquel fatídico día de unos años antes, en el que, por accidente, una bala casi acaba con su vida durante una cacería. Tras una larga recuperación, el único que realmente creía en sus posibilidades era el propio Lemond, que volvía a competir en el 89 con un modesto equipo belga, plagado de rodadores que poco o nada podían hacer para ayudarle a lo largo de las tres semanas de la ronda francesa… especialmente cada vez que la carretera se ponía cuesta arriba. Aun así, a base de tesón, sangre fría y resistencia, Lemond había sido capaz de mantenerse en la pelea, había portado el maillot amarillo durante varias jornadas y se aprestaba a subir al podio final en el centro de París. Lo que nadie esperaba, tal vez ni siquiera él mismo, es que lo hiciese como ganador y vistiendo el maillot amarillo que más importa, el que se entrega al final de la última etapa.

Una etapa que Lemond afrontaba con un equipamiento inhabitual por aquel entonces. El norteamericano llevaba cubierta su cabeza por un casco de afilada forma aerodinámica y su bicicleta no sólo tenía una rueda lenticular trasera, una rueda delantera de menor diámetro y un cuadro inclinado hacía adelante sino, sobre todo, un ‘extraño apéndice’ en el centro del manillar. Se trataba de una pieza que habían empezado a utilizar los triatletas hacía apenas dos años y que nunca se había visto antes en una competición de ciclismo en ruta. Su ventaja, como bien habían comprobado ya los mejores especialistas del triatlón, y hasta algunos ciclistas que lo habían usado en pruebas contra el tiempo en pista, radicaba en que permitía una postura más ventajosa para romper la resistencia aerodinámica, lograda a base de llevar los brazos estirados y casi juntos, apoyando los codos en el centro. Una postura, en cierto modo similar a la que adoptan los esquiadores en las especialidad de descenso, con la que el cuerpo ofrece al aire una sección frontal notablemente menor que la derivada de la habitual, con los brazos separados para agarrar el manillar por sus extremos.

Con esa ‘arma secreta’, Lemond iniciaba los último 24.5 kilómetros de aquel Tour seguido, dos minutos después, por Fignon, sin casco, con su coleta al viento, con una bicicleta de contrareloj convencional de la época, equipada con dos ruedas lenticulares, y con, al parecer, un molesto forúnculo en la zona perineal que le llevaba causando molestias desde hacía un par de días.

En todo caso, el margen de dos segundos por kilómetro parecía más que suficiente para que el francés mantuviera el liderato, por mucho que su rival fuese mejor especialista contra el crono y que su novedoso equipamiento le pudiera dar alguna ventaja adicional.

Pero entonces empiezan a llegar las primeras referencias y comienza a atisbarse la posibilidad de la sorpresa.

Al paso por los cinco kilómetros Lemond aventaja a Fignon en diez segundos, justo esos ‘dos cada mil metros’ que necesita. A mitad del recorrido, el margen ya es de veintiuno, pero ha crecido a menor ritmo. Con otros veintinueve aun por recuperar, el milagro todavía parece improbable pero ya no imposible.

A diez kilómetros del final, la diferencia a favor del americano es de veinticuatro segundos, casi la mitad cuando ya falta menos del cincuenta por ciento del recorrido por las calles de París. El milagro todavía está lejos pero Lemond, que no ha querido recibir referencias, no lo sabe… sigue apretando, la cabeza hundida sobre sus brazos, tensos y lo más juntos posibles mientras se aferran a la novedosa pieza metálica que hace de proa al viento de su bicicleta.

Bajo la pancarta de los últimos tres kilómetros, su ventaja ya es de treinta y dos segundos, todavía insuficiente pero siempre creciendo. Lo que queda son practicamente nada más que las dos largas rectas que cierran el recorrido, a lo largo de los Campos Elíseos, interrumpidas sólo por un giro de 180º ante el Arco del Triunfo. El terreno ideal para que Lemond exprima al máximo sus últimas fuerzas, su mejor técnica en la lucha individual contra el crono y las ventajas que el manillar de triatleta aportan a la aerodinámica de su cuerpo. El estadounidense vuela y llega a meta a más de 54 kms/h de media, el promedio de velocidad más alto jamás lograda en una contrareloj del Tour. El americano está a punto incluso de doblar a Perico Delgado, que había salido dos minutos antes pero que, ya sin opciones al triunfo final, no se ha empleado tan a fondo como los dos contendientes que se disputan el último maillot amarillo. Al que aun lo porta, Fignon, los metros finales se le hacen interminables, le cuesta cada vez más trabajo pedalear con fluidez y mantener su bicicleta en línea recta para recorrer la menor distancia posible. Mientras, su rival espera tras la meta, exhausto por el esfuerzo pero esperanzado cuando le empiezan a llegar esas primeras referencias de tiempos que no había querido conocer durante el recorrido. Los segundos pasan lentamente para Lemond, a toda velocidad para Fignon, con esa extraña relatividad del tiempo que lo hace discurrir despacio para quien desea que vaya rápido, y a toda velocidad para quien necesita que se detenga.

Cuando Fignon gira ante el triunfal arco erigido por Napoleón para glorificar sus victorias por toda Europa, su crono es exactamente el mismo que Lemond ha marcado en la línea de meta. Necesita recorrer en menos de cincuenta segundos el largo trecho que aun le separa de la llegada. Ya no le queda margen, su ventaja se ha evaporado y lo que parecía imposible va a ocurrir. El portador del maillot amarillo se esfuerza, su bici se mueve a derecha e izquierda, a punto está incluso de golpear contra los conos que delimitan el lateral de la calle y le separan del público, cuyo estado de ánimo ha ido pasando de enfervorizado por la presumible victoria de su ídolo a nervioso y expectante ante lo que podría ser una inesperada y muy dolorosa derrota. Una derrota que se confirma cuando han pasado ya cincuenta y un segundos desde la entrada en meta de Lemond y a Fignon aun le restan cien metros para pisar la línea de llegada. Instantes después, el francés la cruza y se desploma, agotado, derrotado, hundido.

El milagro se ha producido, el Tour ha cambiado de dueño en el último instante. Lemond acaba imponiéndose por ocho segundos después de más de tres mil doscientos kilómetros de competición. Una diferencia tan mínima como para hacer aun más importante cada detalle y convertir, por tanto, en muy probablemente decisivo el uso de ese ‘extraño’ manillar de triatleta que será pieza obligada para la bicicleta de cualquier contrarelojista que se precie a partir de aquel 23 de julio de 1989. El día en el que un manillar de triatleta decidió el Tour de Francia y, también, el día en el que, definitivamente, el Triatlón se dio a conocer más allá de sus iniciales confines de playas vírgenes y carreteras rodeadas de cocoteros en paradisíacos paisajes hawaianos al que la mayoría lo teníamos asociado.

VÍDEO

MÁS INFORMACIÓN:

'You never stop grieving' – how the closest Tour de France was lost - el punto de visto de Fignon, extracto de su autobiografía 'We Were Young and Carefree'

Un Tour de película - por Javier Cuervo

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